La Panera
¿Para qué sirve un centro de arte?
Inaugurado hace dos años, este espacio ha mantenido una programación estable pese a las dudas sobre estos equipamientos
Si bien la ciudad tiene un equipamiento de calidad, esa calidad no parece ir más allá del contenedor que la acoge
CARLES GUERRA – 08/06/2005 http://www.lavanguardia.es
La política cultural de Cataluña siempre ha sido anómala, discontinua y desproporcionada. Sobre todo durante las últimas décadas. Inversiones más que deficientes y una escasa redistribución del capital cultural dan fe de ello. Pero la prueba fehaciente está en eso que los políticos convergentes denominaban «el territori», refiriéndose al país que se extiende más allá de la metrópolis barcelonesa. Si el menguante Departament de Cultura del gobierno anterior apenas destacó en los planes de infraestructuras museísticas, fuera de Barcelona la actuación fue aún más discreta. Pues bien, en este contexto surge el Centre d´Art la Panera en Lleida. Inaugurado hace ya dos años inició su programación ante el asombro y las dudas de la propia comunidad artística. El Ayuntamiento de la ciudad protagonizó en solitario una inversión de 3,6 millones de euros. Sólo un 10 por ciento del presupuesto destinado a recuperar y adaptar el edificio medieval que alojaría el centro procedía de las arcas de la Generalitat. La duda estaba más que justificada. ¿Hasta qué punto sería sostenible una infraestructura de esta envergadura, teniendo en cuenta que al mantenimiento hay que sumarle una programación de elevados costes?
Por suerte el cambio de gobierno en Cataluña facilitó las cosas. El Ayuntamiento de Lleida mantiene la titularidad aunque la Diputación y la Generalitat contribuyen ahora con cerca de un 50% del presupuesto. En los últimos meses el Centre d´Art la Panera ha producido importantes muestras de Alícia Framis, el tandem Cabello/Carceller y Antoni Abad, a parte de continuar con la Biennal d´Art Leandre Cristòfol que se organiza desde 1997. A pesar de contar con un equipo muy reducido da toda la impresión de mantener una programación regular. Para los próximos meses se anuncia una exposición con los videoclips de Björk (del 1 al 7 de julio), un proyecto de Mireya Masó (a partir del 16 de junio) realizado en colaboración con Transversal, una red de municipios catalanes asociados para llevar a cabo propuestas de esta índole, y Dual (del 12 de julio al 23 de octubre), coorganizada con el Museu de Lleida Diocesà i Comarcal que cede parte de sus fondos para exponerlos junto a las obras de artistas contemporáneos.
Pero la medida de lo que un centro de arte com éste puede dar de sí la tenemos en las dos exposiciones actuales, CVA (hasta finales de este mes) y Pintar sense pintar (hasta el 12). Ambas muestras constituyen presentaciones impecables. Desde un punto de vista museístico ofrecen un tema interesante (la pintura fuera de su formato tradicional), bien ordenado, comunicado con eficiencia y con cierto don de la oportunidad. Sin ir más lejos, la última edición de ARCO celebraba el retorno del género. Sin embargo, estas dos exposiciones también exponen las limitaciones propias de este modelo de centro.
CVA recopila el trabajo de María Luisa Fernández y Juan Luis Moraza realizado entre 1980 y 1984. Como dice ella, «CVA dio la vuelta al marco» y «esta simple operación ingenua, casi al azar, dio como resultado no una actividad frenética por enmarcarlo todo, sino una operación de maravillosa contención». A decir verdad, más que una suma de obras produjeron una investigación en toda regla. Un despliegue inteligente, con buenas dosis de rigor y humor, que Juan Luis Moraza, sin duda uno de los artistas españoles más heterodoxos, ha mantenido vigente en su obra personal. Los marcos troceados, dispersados, remontados e interpretados exhaustivamente inundan la planta baja de la Panera. El carácter formalista y especulativo de CVA alumbra un sinfín de matices que el montaje deja transpirar sin menguar la consistencia del conjunto. Incluso aquellas piezas que se asemejan a obras similares de Pistoleto o Perejaume tienen un lugar legítimo. La recuperación de este episodio y la publicación que lo rubrica adquieren una importancia caudal para contrarrestar la imagen de unos años 80 entregados a la fiebre de la pintura y la transvanguardia. Por el contrario, CVA -como dice Moraza- declaró entonces su «amor por la complejidad». Medios diversos Y eso es precisamente lo que le falta a la exposición que se aloja en el piso superior. Pintar sense pintar reúne de manera equitativa artistas españoles y extranjeros, medios diversos desde la instalación, la fotografía, el vídeo, la imagen digital y pinturas más o menos convencionales. Esta otra pintura desmantelada y expandida carece de las tensiones propias de la pintura con mayúscula. La excesiva simplicidad de Sven Pählsson, que fotografía un parking repleto de coches de colores, o las archiconocidas series de Vik Muniz son mala compañía de un artista como Darío Urzay. Su pintura es todo lo contrario, compleja e indescrifable. Ni el video que en teoría la ilustra, y que podría tener un carácter explicativo, le resta un ápice de hermetismo.Uno descubre que la pintura es aquello que se resiste a ser explicado. Por eso las traducciones técnicas y simplistas resultan inocuas. Tan sólo Ignasi Aballí es capaz de mantener un trabajo que remite una vez y otra a lo pictórico. Tan sólo él acierta a hacer de la deslocalización de la pintura un efecto poético. Su Sèrie Cantonades (2003), en la que fotografía esquinas de las calles de Amsterdam con nombres de pintores, crea extraordinarios choques biográficos y culturales. Al lado o abajo se abren las ventanas de domicilios particulares, totalmente ajenos a la grandilocuencia de la historia del arte. Un contraste que, inevitablemente, evoca la relación de la Panera y su entorno más inmediato. Así, si bien la ciudad ha logrado un equipamiento de calidad, esa calidad no parece ir más allá del contenedor diseñado para albergarla. Fuera del contenedor, ¿dónde está la calidad? ¿Hemos de seguir pensando que hace falta un centro de arte para contagiar calidad a la ciudad? ¿De qué calidad hablamos? |
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