En palabras de Queralt Lencinas:
La vigilancia es el poder de infligir la mirada. Bentham, el padre del gran Panóptico, soñaba con una sociedad idílica en la que la disciplina venía impuesta por un sistema incansable y continuo de observación. Cabría preguntarse si este soñador dieciochesco de cárceles perfectas no se había adelantado a su tiempo asentando los principios de la video-vigilancia.
La cámara en el espacio público o privado es símbolo de la presencia del vigilante, el cual, desde una ubicación imprecisa, ejerce la mirada a modo de voyeur en actitud de continua sospecha: el espacio en el que se ubica una cámara de vigilancia es siempre susceptible de generar anomalías. El punto de vista del vigilante es el más privilegiado y su alcance se ve potenciado por las extensiones de visión que propicia la cámara. De este modo, el sistema de vídeo crea un círculo de control en torno a lo que acontece centralizado en un único puesto de vigilancia.
Mario Gutiérrez ofrece una lectura crítica acerca de este sistema temeroso del ángulo ciego de la cámara. Por un lado, no sólo se anula la imagen de la cámara que, al ser grabada por otra cámara, acaba desapareciendo, sino que, dentro de la sala, la posición del espectador oscila de vigilante a vigilado: se le permite observar y se le da acceso a las pantallas en la que se presenta este acontecer vigilado, pero el escenario de este acontecer se convierte de súbito en la propia sala de exposiciones.
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