«La verdad no se encuentra como evidencia, sino como memoria presente, que testimonia desde orientaciones plurales el sentido de las interacciones contingentes.» – Salomé Voegelin, Uncurating Sound (2023)
Dentro grabación → «Esta vez no lo ha hecho».
¿Qué diferencia hay entre una grabación realizada por un artista sonoro, con micrófonos más o menos profesionales y grabadora en mano, y una grabación realidad con un teléfono móvil? ¿Únicamente la calidad del audio? ¿Es la calidad del archivo la que marca la diferencia entre un objeto cultural estético y otro que no lo es? O ¿Es una cuestión de intencionalidad, previa en el momento de la grabación y posterior en el momento de la publicación, la que marca esa diferencia y capacidad estética del objeto sonoro? ¿Qué define una grabación sonora como objeto estético? ¿Qué relación tienen en ambos casos las grabaciones sonoras con la realidad sonora que pretendidamente recogen? ¿Son las grabaciones sonoras testimonios y evidencias de una realidad pasada? ¿Es posible que un objeto sonoro encontrado (ready-made) posea una capacidad de estetización o simplemente es un reflejo de la situación sociocultural a la que hace referencia? ¿Cuántos años tienen que pasar para concebir una grabación sonora, sin intención estetizante previa, para que pueda convertirse en un objeto sonoro estético?
Aunque puedan resultar a priori preguntas básicas relacionadas con la práctica fonográfica, las grabaciones de campo o el paisaje sonoro, creo que merece la pena parase a pensar un poco antes de contestar. Esta «otra» grabación del Golpe de Estado de Chile en 1973 es un buen ejemplo-objeto para hacerlo. Ni el detenido de la primera grabación, ni el médico de la segunda grabación, hicieron sus grabaciones a priori con la intención clara de crear un objeto sonoro estético.
Por lo tanto, puede que la pregunta adecuada no está tanto en la fuente como en el acto de escucha: ¿Es posible escuchar ambas grabaciones desde una perspectiva estética simplemente centrándonos en aquello que señalan y no tanto en la calidad del archivo de audio o de la calidad de grabación? Si esto es posible, el ex-comisario Villarejo sería uno de la mayores exponentes de la historia de la fonografía española. ¿Cuántos ejemplos-objetos no hay en otras prácticas artísticas, mayormente visuales, que a priori no fueron concebidos como estéticos y hoy lo son? Una infinidad. Entonces cabría pensar en aquello que estamos dejando al margen de nuestra capacidad de estetización en el acto de escucha, porque es nuestra sordera la que definará nuestro tiempo. Cabe recordar las palabras de Walter Benjamin en este punto: «No hay un solo documento de cultura que no sea a la vez de barbarie. Y si el documento no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión de unas manos a otras. Por eso el materialista histórico toma sus distancias en la medida de lo posible. Considera teoría suya cepillar la historia a contrapelo.» ¿Cuánto tiempo nos hace falta, cuánta distancia es necesaria, para considerar una grabación como objeto estético y no meramente un documento sonoro portador de un pasado?
«La memoria ya no se concibe como la necesidad de retener el pasado para preparar el porvenir, sino que fabrica los futuros y los pasados que necesita.» – Joan Fontcuberta, «Revelaciones. Dos ensayos sobre fotografía» (2019)
Siempre lo he dicho: el comisario Villarejo es el fonografista español más importante de este siglo (y puede que también del siglo pasado).
Es lo que hay.
Si esto es así, Kamen, deberíamos reconocer su labor, por un lado y por el otro, cuestionarnos qué hemos hecho o dejado de hacer para que no exista nadie como Villarejo en el panorama fonográfico. Cabría mucho que decir al respecto…