Durante los años 60, la CIA llevo a cabo una serie de experimentos de lo más variopintos con LSD, videntes y demás elementos de lo más surrealistas, entre ellos el fallido «gato acústico».
A algún cerebro de la CIA se le ocurrió utilizar gatos en misiones de espionaje, así que empezaron a entrenar a los animales y a implantarles baterías, micrófonos y antenas. La idea era que los gatos grabasen y retrasmitiesen el sonido de su entorno.
El primer «gato acústico», que tenía la misión de espiar a dos hombres que hablaban en un banco de un parque, fue atropellado por un taxi nada más salir hacia su objetivo. Tras diversas pruebas y experimentos en los que se gastaron unos 25 millones de dólares, la CIA llegó a la conclusión de que, aunque era posible entrenar a los gatos, existían factores ambientales y de seguridad que lo convertían en una idea muy poco práctica.
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