Si queremos la música del futuro, deberemos buscarla en el pasado. La música que nos vio crecer, como nuestros cuerpos, se ha deformado. Todo cede al paso del tiempo. El polvo que cae sobre nuestros vinilos, nuestros cassettes y también, por qué no, sobre nuestros cuerpos, es la magia de la música distópica: un pliegue en el tiempo y un desvío al Paraíso.
Las promesas incumplidas y los futuros perfectos constituyen esta tierra etérea. Esta música que queda al margen del tiempo y de la Historia es siempre una música que se evapora, que no hace ruido. La música del futuro no está en los grandes altavoces, ni en los grandes festivales, sino en los pequeños altavoces de los grandes almacenes, donde la perfección se encarna en una utopía imposible: el eterno deseo de la felicidad no consumada.
La música distópica como el reflejo de lo que nunca fuimos. Un recuerdo lleno de esperanzas y suaves deseos incumplidos e imposibles. Una música que se aloja en lo más hondo de nuestros recuerdos: la música del pretérito pluscuanperfecto, literalmente «más que perfecto«. Allí, donde el olvido no alcanza hay un cuerpo ligero que nos suena y nos alcanza. El cuerpo musical del vaporwave.
Esculturas clásicas, diseños web del los 90, antiguas presentaciones de ordenador y la estética cyberpunk son las imágenes asociadas a estas músicas imposibles: bienvenidos al eterno futuro que nunca sucedió. Una crítica audaz al capitalismo: aquello que no fuiste capaz de darnos es aquello en lo que nos regocijamos o, dicho de otra manera, tu fracaso es mi victoria. Esta es una «música infinita», que diría Adam Harper, o la música ralentizada de un capitalismo frenético. Una música prometéica, silenciada y tramposa. Toda una tragedia para la escucha: no hay nada en ella que no te suene. Bienvenidos a un futuro perfecto: siempre lo mismo!
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