Anoche me agasajé con el último número de Asterix, El Papiro del Cesar, último número de la serie y primero en no venir firmado por Uderzo ni Gosciny sino por Jean-Yves Ferry (guionista) y Didier Conrad (dibujante). Hay que reconocer que desde la muerte de Gosciny, el guionista de la pareja, en 1977, la calidad de los relatos había bajado bastante, dejando atrás títulos magistrales como Obelix y compañía o La cizaña y retozando demasiado en juegos de palabras a los que la traducción hispana, claro está, no le hacen ningún favor.
Asterix, con la genial Asterix y las Doce pruebas, clásico indiscutible, irreductible en mi lista de películas favoritas. Con su ritmo de historieta infantil que habla sobre la burocracia, sobre el imperialismo, sobre la despersonalización en los medios de comunicación y transporte en la segunda mitad del s.XX y hasta de de las relaciones de lo político en la naturaleza, porque en plena invasión imperial no hay más temor en los galos a que el cielo les caiga encima. Los mejores números de Asterix no tienen nada que envidiarle a Jacques Tati, con su críticas a la sociedad modernizada y sus bandas sonoras casi de música concreta que presentan con rechinares y chasquidos lo estúpido de ciertas arquitecturas y tecnologías. Asterix también es chauvinista como pocas cosas en el mundo, machista, racista y amigo de los tópicos fáciles.
Pero sobre todo es una de las historietas que más me han hablado de los ruidos y el espacio acústico en las viñetas. Posiblemente la que mejor lo hace sea La Residencia de los Dioses, donde se dibuja el espacio acústico como en ninguna otra, con la excusa de la contaminación acústica y la gentrificación de fondo (A esta tengo pendiente dedicarle un texto mucho más largo). También está Asterix y los Normandos donde se habla, de modo menos perspicaz, del uso violento del sonido y Asterix en la India que re-interpreta en parte este último.
El papiro del Cesar es buena heredera de aquellas historias y no solo habla del ruido, sino de la oralidad e, inevitablemente, habla también de escucha y auralidad, porque junto a la transmisión de lenguaje se continua el trabajo citado en números anteriores sobre los espacios acústicos, el sonido ambiente, el ruido y la música. La oralidad se presenta en este número como base de la cultura gala frente al imperialismo de la escritura romana. Pero es que, como siempre en Asterix, el imperialismo romano representa todos los imperialismos, y, si en los sesenta había claras relaciones con el estadounidense, según avanza la serie vemos que todo brusco intento de destrucción de la singularidad y la minoría, está presente en las luchas contra la aldea gala.
Así el famoso «boca a boca» que distorsiona lo dicho hasta el punto de afirmar que «los escritos vuelan, las palabras permanecen», es central en el número, muy recomendable, con un juego de tipografías que ya se echaba de menos y recuperando lo que quedaba del tono satírico de la serie. Habrá quien levante la ceja dado que, a día de hoy, Asterix es un imperio en si mismo, pero este nuevo número, ya independizado de sus autores originales, parece buscar arreglarlo.
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