Hace unos meses nos llegaba la noticia de que la National Gallery había encargado a varios artistas sonoros y músicos seleccionar una pintura de su colección para componer una pieza sonora. La idea era animar a los visitantes a «escuchar» las pinturas, a «ver» el sonido. Hoy, The Guardian publica una crítica de la exposición en la que básicamente se la cargan en todos los sentidos posibles. El encabezado de la noticia es, literalmente: «Invitar a artistas sonoros a componer una pieza en respuesta a una pintura de la colección es la peor idea que ha tenido la National Gallery en años».
La crítica de arte Laura Cumming arguye, entre otras cosas, que es una exposición cobarde y muy poco original, en la que la mayoría de artistas/músicos se han limitado a crear… digamos que música de ascensor, aunque ella no lo diga con estas palabras.
Sobre Chris Watson, comenta que ha elegido un cuadro digno de postal de Navidad —un lago finlandés— y simplemente se ha limitado a ponerle lo que se supone que se escucharía en ese entorno: pájaros, la brisa y árboles crepitando con el viento. De Janet Cardiff y George Bures Miller dice que, a pesar de que admira mucho su trabajo, en este caso han optado por lo melodramático y ridículo.
La crítica es demoledora en todos los sentidos, terminando con unas palabras sobre el hecho de que la música/sonido limitan la libertad del público, en lugar de animarlo a que se quede un rato más observando y escuchando la pintura. No obstante, la crítica no es al uso del sonido en sí, sino a lo obvio que es todo.
Recomiendo leer el artículo completo en «Soundscapes review – feeble, wrong-headed, and unambitious», y si alguien ha visto/escuchado la exposición estaría bien que deje algún comentario ofreciendo su opinión personal.
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