David Le Breton
Su libro “El Silencio”, publicado por Ediciones Sequitur en 2001 está lleno de fantásticas metáforas acerca del silencio y su uso en la interacción humana.
“Ahora, las sirenas disponen de un arma todavía más fatídica que su canto: su silencio”, dice, citando a Kafka. El silencio es un elemento fundamental en la comunicación humana, aunque en la sociedad actual, apunta, hay una urgencia por vomitar palabras, un horror al vacio, al silencio. La comunicación constante, la locuacidad ofrecen una solución a las difucultades personales o sociales. Para Le Breton (esta vez hablando de la obra de Wiener), la comunicación es un remedio contra la entropía a la que tiende el mundo, es un arma contra el caos (en las sociedades occidentales). Apunta que la modernidad ha traído consigo el ruido, una palabra que no calla nunca pero que se arriesga a no ser escuchada, una palabra “[…] pegajosa y monótona…” que apuesta por una comunicación basada únicamente en el contacto, poco atenta a la información, que “[…] le importa, ante todo, poner de manifiesto la continuidad del mundo. […]”
Para el autor el silencio suspende los significados, rompe el vínculo social. Se refiere al silencio impuesto por la violencia (las dictaduras, por ejemplo, que aplastan la palabra), sin embargo la modernidad la hace proliferar en medio de la indiferencia, y al mismo tiempo la ha vaciado de significado. Apunta que en nuestra sociedad cuando el silencio aparece en una conversación aparece al mismo tiempo una incomodidad, “ha pasado un ángel”, solemos decir para tapar ese hueco. Este silencio puede manifestar una oposición, si lo imponemos deliberadamente, o simplemente una resistencia contra una situación, pero paradójicamente esta opción de utilizarlo para comunicar rechazo se desvanece cuando la sociedad está sometida o reducida al silencio; es el caso de la vigilancia, la prisión, el exilio, en estos casos se condena la palabra a su mínima expresión, a la soledad. Foucault ha dado buena cuenta de ello.
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Ejemplos etnográficos
El autor expone continuamente a lo largo de todo el libro ejemplos etnográficos en los que el uso del silencio es diferente al occidental, por ejemplo habla de los apaches, para los que los blancos son impulsivos, locuaces (piensan que no se callan nunca). Los navajos también son silenciosos, prolongan sus pausas y pueden pasar varios minutos desde que se les lanza una pregunta hasta que deciden contestarla. En cuanto a Africa central, los manuche utilizan el silencio para no quedarse nunca sin respuestas, para no deslizarse, dice, “[…] sin tropezar por los intersticios de la sociedad, por los atajos […]”, también habla de los silenciosos gbeya o de los amish. Por ejemplo, los igbo de Nigeria sancionan con un silencio de duración determinada a cualquiera de sus miembros que cometa una grave infracción a las normas. Al otro lado del silencio, el del horror al vacío que comentaba antes está la comunidad de la isla Nukuoro, o los tuareg Kel Ferwan (que son ruidosos). Otro ejemplo es el uso del silencio en la cultura japonesa, que , ante el ruído, sigue utilizando los recursos morales que alimentan su actitud frente a las cosas. Para ellos la retirada interior protege de los rumores del mundo. En contraste con esta cultura, las clases medias de la costa Este de los Estados Unidos valoran la palabra continua, más vale hablar que callarse y hacerlo sin pensárselo mucho ni recurrir en exceso a las pausas. En conclusión podría decirse que no hay “silenciosos” o “locuaces”, es la cultura y el contexto quien los define, el régimen cultural de la palabra que impera en cada cultura.
Otro aspecto que trata en profundidad Le Breton en su libro es la valoración del silencio. Hace un repaso histórico de sus usos, con una rica colección de ejemplos, fragmentos de obras, citas bíblicas, proverbios, refranes, leyendas, aforismos, etc. apoyados con una cuidada documentación. Es aquí precisamente dónde está la fuerza de este libro, en recordarnos una buena parte de lo que pertenece al acervo común, que permanece en nuestro inconsciente colectivo (sobre todo las citas bíblicas, para los que nos hemos educado en el cristianismo). Un ejemplo bíblico: “Cuantas más palabras haya más vanidad habrá: ¿qué ventajas tiene para el hombre?”, y un proverbio: “el que sabe retener sus palabras conoce la sabiduría; el hombre inteligente tiene la sangre fría”, otro finés: “Una palabra es suficiente para numerosos problemas”, o “Una boca, dos orejas”, uno árabe: “No abras la boca más que si estás seguro de que lo que vas a decir es más bello que el silenció”, uno Farsi: “El hombre se hace sabio escuchando”, otro árabe: “Tú eres dueño de las palabras que no has pronunciado, y esclavo de las que se te han escapado”, y uno de nuestra cultura: “Si el pájaro no hubiera cantado no le habrían matado”.
Como buen francés, el autor habla también de poder, resistencia, control y de castigo. Por ejemplo, nos dice que el silencio es también un modo de defensa, de autodominio, de autocontrol, un repliegue personal que permite madurar las decisiones. Es al mismo tiempo una forma organizada de resistencia, de protesta pasivan (niega cualquier reciprocidad con el “otro”, le niega a ese “otro” el reconocimiento como interlocutor), un instrumento de poder, de terror, (un ejemplo es la censura que hace que uno tenga forzosamente que callarse, o cuando el hombre de poder pretende aumentar su carisma mediante el silencio, o cuando el silencio permite la presunción de un saber a menudo sobrevalorado por la imaginación, al callarse el “otro” pone de manifiesto todo el poder de su posición, deja a su víctima en la duda de lo que conviene hacer, y acaba por reducirla a la impotencia. ) y de castigo, es el caso de la cuarentena, del encarcelamiento “que pretende excluir al detenido de la relación social, y obligarle a una comunicación controlada por la administración penitenciaria”, el recluido se ve condenado a un lenguaje intrascendente.
Y habla también habla de romper el silencio, pone el caso del mayo del 68 francés en el que ha habido una “toma de palabra”, dice: […] Un cerrojo salta sin que nadie sospechara las consecuencias que podía tener, y de un día para otro la palabra corre como un hurón por la ciudad, y la vida tranquila que se llevaba hasta entonces, y que parecía satisfacer sobradamente las aspiraciones se convierte en algo caduco […], para ahondar en este aspecto cita a Levi-Strauss para destacar que el ruído, en tanto que se opone al silencio, puede generar desorden.
Sobre las disciplinas del silencio Le Breton nos recuerda las series de reglas sobre lo que conviene decir y callarse. Un ejemplo son las salas de cine, las conferencias, los espectáculos teatrales o de danza, o los eventos deportivos, que exigen silencio y alboroto según los momentos: […] En un recinto deportivo, el ritual corporal permite el grito, el insulto, los rr míenlos bruscos, las aclamaciones, las interpelaciones de una grada a otra, y los aplausos que celebran una proeza. El cuerpo se entrega a un júbilo que acompaña ruidosamente las peripecias del juego. La libertad corporal de la que hacen gala los hinchas está, sin embargo, regida por un orden secreto imperceptible desde el momento en que entran en el recinto deportivo […]. Y sobre disciplinas corporales: […] Los cuerpos permanecen inmóviles, callados (en los funerales, en las iglesias y mezquitas, en los lugares de recogida), sin embargo en los rituales de boda, y otro tipo de celebraciones de júbilo los cuerpos se agitan, emiten ruído […]
El silencio para este autor no es sólo una cierta modalidad del sonido; es, antes que nada, una cierta modalidad del significado. La percepción del silencio en un lugar, por ejemplo, no es cuestión de sonido sino de sentido.
Chiu Longina
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