Las conferencias del sábado, con buena parte del público bajo mínimos, no deparaban demasiado, aunque, como suele pasar, fueron de las mejores intervenciones por varias razones. Los dos invitados, entrados en edad, dieron a muchos una lección de cómo se habla en público, sin presentaciones ni mucho más que unos cuantos papeles.
David Edgerton se presentó para exponer algunas de las paradojas que rodean la historia de la tecnología. Él, por ejemplo, se presenta como un webmaster, sino como un escritor de libros, y no hace uso, como tampoco hizo uso Zielinsky, de ningún proyector digital.
Los inventores son, según decía la charla de David Edgerton, la cabeza de los tiempos, porque entendemos el tiempo y la modernidad a partir de sus tecnologías. Sin embargo, continuaba, pensamos la tecnología a la antigua. El mundo de la información desmaterializada y del semiocapitalismo es a su vez, no debemos olvidar, el capitalismo de las materias primas y de las autopistas de la alimentación. No es ningún misterio que el sistema espectacular, culta todo la realidad global excepto esa alarmante multiculturalidad que por fin parece estar pasando de moda. Las máquinas, continuaba Edgerton, están proyectadas para cambiar situaciones, pero el cambio muchas veces se produce por una fuerza motora primitiva o por materiales igual de primitivos. El conocimiento, del mismo modo, continua siendo anclado en determinados elementos.
Esto se desarrolló con dos ejemplos: el caballo y la madera.
El caballo ha sido la fuerza que impulsó la primera revolución industrial, y estuvo presente durante buena parte de la segunda. Durante la invención de la máquina de vapor eran los caballos los que descargaban las minas y avanzaban en las trincheras.
La madera, por otra parte, sigue considerándose hoy como materia prima fundamental, incluso de la nueva economía. Un buen ejemplo, añadía es que el dueño de Ikea es el 11º hombre más rico del mundo, y su producto más vendido es la librería Billy.
Por último se puntualizaba otra paradoja que el ponente localizaba en psicorituales o la extensión ritual a la tecnología. Este hecho tuvo gran repercusión cuando se encontró en Ghana a un hombre que hacía ataúdes con distintas formas, entre ellas aviones. Este tercer ejemplo viene a explicar una realidad económica detrás de esta historia de la tecnología, y es que más que industrializarse o mejorarse, desde 1945 las ciudades a nivel global se han empobrecido, por lo que e material que realmente más se ve en el mundo, Edgerton remitía a google maps, son los tejados prefabricados de metal o fibra de vidrio, que se ven en ciudades como en poblados de cualquier país, dando igual su economía.
La segunda intervención de Enda Duffy venía a referirse al Soma, en lo que más que nada fue una explicación razonada del omnipresente relato de Huxley Brave new World.
Para ello se valía de la historia de la sonrisa. La sonrisa es una respuesta somática que a la vez ha ido cobrado valor, los mimos la imitan para conseguir dinero, y su representación en el arte está asociada siempre a condicionantes muy estrictos. Uno no se imagina a Napoleón sonriendo, mucho menos riéndose. La sonrisa, aunque vieja, es una cosa muy del s.XX en Occidente.
La sonrisa, en definitiva, exponía Duffy, responde a la energía personal, se relaciona con la energía que puede producir un cuerpo.
Existe otra energía, la que mueve las máquinas y la que hace crecer la industria descrita de manera paradójica hace poco. Cuando la energía del cuerpo se sistematiza por Taylor y Ford, se sistematizan los comportamientos. Esto no es nada nuevo.
Con le llegada de las políticas postfordistas, en las sociedades en las que muchos de nosotros vivimos, la energía física producida por el trabajo tiene menos valor que la energía social, y de algún modo vendemos nuestra capacidad para sonreír. Si alguien está acostumbrado a mirar ofertas de empleo se encontrará con que se busca “buena presencia” “personas emprendedoras”.
Estos buenos modos, no solo engrasan las máquinas de la productividad, engrasan las diferencias con el vecino, hacen plausible y diaria la explotación. Hay que sonrir menos por educación.
¿Que tiene que ver el sonido en todo esto? Enda Duffy, como decía, recurrió a una descripción de Huxley y sus “operas sensitivas”, algo que en el contexto de un festival activamente centrado en las relaciones del arte audiovisual y la sensorialidad no deja de ser interesante.
Una vez que los gestos se han vendido, una vez que la emotividad ha sido alienada (hay que usar más esta palabra), una manera de producir nuevos impulsos somáticos son las obras de arte. Totalmente aburridos, el arte moderno produce soma mediante la tecnología en pequeños experimentos controlados.
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