DINAMO RADIO, Artesonoro, Cuenca
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ON AIR )))
Inicia nueva temporada la net-radio de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca. Para este estreno de temporada nos ofrecen la siguiente programación:
Morton Feldman, String Quarter No.2, (1983),
FLUX Quarter: Tom Chiu, violín, Cornelius Dufallo, violín, Kenji Bunch, viola, Derret Adkins, cello
Mode Records, 2002.
Es imposible escuchar una obra como el Cuarteto de cuerdas número 2 (1983) de Morton Feldman. Entendámonos. Es imposible hacerlo en los términos en los que solemos escuchar un cuarteto de Beethoven, una sinfonía de Bruckner, una opera de Wagner y también mucha de la llamada música contemporánea. Durante los años ochenta, Feldman se dedicó a escribir obras de duraciones agotadoras. Pero el Cuarteto número 2 las supera todas, con sus cinco horas seguidas de música sin interrupciones.
Sin embargo, no es esta la única dificultad que plantea la pieza, puesto que su ciclópea extensión se acompaña de la renuncia a cualquier propósito discursivo. La escritura del Cuarteto de cuerdas número 2 coloca en libre sucesión unos materiales de extremada desnudez y fragilidad: acordes y frases suspendidas, sonidos deshuesados de toda aspereza, lisos, sedosos y suaves, están dispuestos en litúrgicas y pausadas procesiones desprovistas de rumbo alguno. En semejantes condiciones, el oyente se encuentra en la situación de un náufrago a la deriva y desprovisto de recursos para establecer su posición. Ya no es posible advertir el menor atisbo de forma musical: sólo hay sonidos, nada mas que sonidos. Perdido en una vastedad que excede sus esquemas analíticos, el oyente es proyectado hacia una dimensión ignota: accede a otra ‘escala’, como diría Feldman. Cuando alguien se enfrenta a una obra de arte cuyas dimensiones físicas le sobrepasan un cuadro del tamaño de una pared, una pieza musical de duración descomunal, se produce un fenómeno extraño. El espectador pasa de observador a observado. De alguna manera, la obra de arte lo engloba y lo digiere. Algo así ocurre también con el Cuarteto número 2 de Feldman. A medida que pasan las horas, el oyente se convierte en sujeto escrutado. La reposada amplitud de la obra lo supera, lo observa con rostro delicado e indescifrable, lo envuelve gradualmente. La única posibilidad es entrar en ella, dejarse llevar y perderse. Cualquier intento de situarse fuera de la pieza (esto es: conocerla, analizarla, abarcarla) es una tarea inútil, predestinada al fracaso y la frustración.
Poéticos aromas
Hay algo realmente mágico en la postura de Feldman. La música es, en muchos sentidos, un arte de la memoria. Las grandes formas tradicionales (la forma sonata, el rondo, el aria con da capo, el tema con variaciones, la fuga…) se sirven de la repetición o elaboración de elementos reconocible como señales de orientación que, dislocadas a lo largo de la pieza, permiten al oyente decodificar auditivamente la estructura sonora. Incluso fuera de la sintaxis tradicional, muchos compositores contemporáneos siguen investigando los mecanismo: de la memoria como algo imprescindible para la inteligibilidad del fenómeno musical a gran escala. La música de Feldman, en cambio no sólo renuncia al poder cohesionador de la memoria sino que además parece apoyarse de manera consciente en el exacto contrario: el olvido Separadas por silencios, sus sonoridades tenues, leves, transparentes y desprovistas de contrastes marcados, y tan pensadas precisamente para que la memoria del oyente no pueda retenerlas y analizarlas. Tan pronto como transcurre, cada momento es olvidado dado. Espacio, timbre, forma y tiempo se fusionan en una dimensión imita.
La música se vuelve (o vuelve a ser) un tejido, un mosaico que se despliega en un tiempo infimito y en un eterno presente. Para Feldman, la escucha representaba una forma de limpieza interior. Pero entonces la pieza musical debería ayudar al oyente a vaciarse en vez de llenarse. En otras palabras: uno debería salir de la escucha más libre, más ligero, en lugar de llevar una carga de información aun mayor de la que tenía antes. Sin embargo, la casi totalidad de los compositores tienen en el fondo el deseo de entregar algo al oyente, un mensaje o lo que sea. Feldman, en este sentido, actuaba con un rigor sorprendente e inexorable. Si la verdadera escucha consiste en desprenderse más que en acumular, la composición a de construirse, pues, sobre el olvido más que sobre la memoria; su vitalidad y su eficacia aumentan en la medida en que es capaz de borrarse a sí misma a lo largo de la audición, sin dejar estela.
Al final de una pieza como el Cuarteto número 2, uno muy difícilmente va a retener algo de lo que ha sonado. Todo es demasiado liso y homogéneo. Lo que queda es más bien un aura, un aroma poético, un regusto inmaterial de sosiego, luminosidad y ligereza, que no aparenta ser música. Pero lo es.
Stefano Russomanno
Blanco y Negro Cultural, 12-2-2005
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