En contra de lo géneros impuestos proponemos identidades líquidas. En contra de
las etiquetas, ensayamos propuestas comunicantes. En contra de la tiranía de los
media, ración doble de curiosidad. En contra del gusto oficial, músicas prohibidas.
En contra de los sacerdotes de la moda, dejémonos caer en la tentación. Más que
la rebeldía, lo que se impone es el pecado. Por eso este primer festival de músicas
prohibidas, que tendrá lugar en el Pazo da Cultura de Pontevedra durante los próximos meses, tiene precisamente este nombre: Pecados.
A cada producto cultural le corresponde un consumidor y solo un consumidor. Uno
es lo que escucha, lo mismo en la radio que en su podcast favorito. Uno es lo que
ve y lo que lee y lo que viste, sin posibilidad de enmienda. Es la lógica del mercado:
en el comercio identitario uno es libre de escoger su nombre, si, pero dentro de un
limitadísimo abanico de posibilidades. Las etiquetas no son intercambiables, las
opciones son calculadas previamente y las combinaciones no autorizadas pueden
ser sancionadas.
Pecados es un ciclo de músicas prohibidas. Ni músicas populares contemporáneas
ni músicas avanzadas ni músicas especializadas, sino músicas prohibidas. Nuestros
pecados son la pluralidad, la curiosidad y una cierta ignorancia. Desconocemos, por
ejemplo, las fronteras entre etiquetas y géneros. Creemos, por un momento, que
Stereolab, The Residents y Toumani Diabaté podían armar el cartel de una programación,
que la electrónica y la música tradicional africana y el pop y la performance podrían
convivir y dialogar en un mismo espacio y con la misma coartada. Parecía difícil,
pero también lo era llevar a los Sex Pistols al siglo XVIII, como si el punk pudiese
transformarse a ópera, y aquí está el Dúo Dithyrambe para hacerlo posible. El
Concello de Pontevedra hizo el resto.
Nada que ver con la irresponsabilidad. El pecado de este festival consiste en estar
informado y escoger un poco de los más interesante y ponerlo junto, durante tres
meses, en un espacio privilegiado para la música en vivo como es el Pazo da Cultura
de Pontevedra. Minimizar las dependencias de la moda o de la publicidad de masas
y atreverse. Darle la vuelta al sentido común, al refranero, porque en el pecado está
el gusto.
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