Llevo unos diez años visitando el Unterbecken de Markersbach/las montañas Erz. Forma parte de la sociedad energética Vattenfall, que también dirige otro par de plantas hidroeléctricas. La planta de Markersbach fue construida entre 1970 y 1981 y actualmente sigue en activo.
Funciona según un mecanismo muy sencillo: A una altitud de aproximadamente 850 metros, se construyó una reserva artificial (la reserva superior). El agua se canaliza a través de un sistema de tuberías y mueve las turbinas, que a su vez crean electricidad. Entonces el agua fluye hacia la reserva inferior del antiguo Nitzschhammertal, para volver a ser bombeada por la noche aprovechando que el precio de la electricidad es más bajo.
No hay ningún truco, pero podría considerarse ‘magia’ que lo que ahora constituye la reserva inferior y que antes se conocía como Nitzschhammertal fuese un pequeño asentamiento. Es cierto que en Alemania desaparecieron unos cuantos asentamientos por culpa de que la industria los privó de espacio, así que, ¿cuál es la verdadera magia de este caso?
Yo creo que es la manera en la que la naturaleza, la tecnología y el sonido se interrelacionan y forman una simbiosis perfecta (subjetivamente). Incluso aunque este monstruo generador de electricidad pueda parecer industrial, me resulta totalmente lícito pasar mi tiempo cerca de él, porque está situado en medio de la naturaleza. Para mí, es como una escultura sonora gigante. Los transformadores de la planta producen un “drone” único que no es nada desagradable. En realidad, se trata de un zumbido constante que incluso puedo percibir desde donde vivo, a un par de kilómetros —dependiendo de la dirección en la que sople el viento.
Si te acercas mucho a los transformadores y a las torres de alta tensión, puedes escuchar el chisporroteo de la electricidad de alto voltaje, y al otro lado el sonido se combina con los ruidos del agua, el viento y el gorjeo de los pájaros. Es una composición de música de campo ideal e infinita, con el viento y su dirección modulando el tono, una melodía itinerante que se renueva con el rumor de las olas de la orilla y el “ruido blanco” de los crujidos de los abedules.
Desgraciadamente, parte del entorno se está transformando en un área comercial repleta de naves metálicas y ruido de coches. De todas formas, dependiendo de la hora del día, esas plantas de producción contribuyen a la acción sonora. Ocasionalmente, se puede escuchar un chirrido metálico provocado probablemente por el servicio de contenedores local.
En verano, también se mezclan las risas de los niños que van a nadar y sus padres haciendo nudismo. Sólo los pescadores se sientan silenciosamente entre las rocas, dejando atrás sus anzuelos y latas de cerveza.
En invierno, cuando la reserva inferior está helada, se forman objetos extraños a partir del hielo, revelando su tensión interna a través de chasquidos y chirridos. Esas enormes placas de hielo las forma la tumefacción y la bajada del nivel del agua, y con el tiempo su apariencia es cada vez más rara, incluso se puede seguir su rastro hasta los árboles y arbustos inundados.
Visito este lugar desde hace más de diez años, grabándolo a intervalos regulares, y cada visita es refrescante y emocionante. Sinceramente, deseo que la naturaleza reclame más espacio aquí.
[Este texto pertenece al primer número de la revista Field Notes, publicada por Gruenrekorder, un sello alemán especializado en fonografía y arte sonoro. La edición original es una publicación bilingue en PDF que se ofrece en alemán y en inglés]
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