El Festimad sufre un pinchazo de público: ¿se ha acabado la rentabilidad de los festivales?
Por SOITU.ES
Actualizado 07-06-2008 22:27 CET
Las crónicas de la décimo quinta edición del Festimad Sur, que comenzó ayer y termina hoy en la Cubierta de Leganés, coinciden en la baja afluencia de público registrada. El aforo no se completó y la gente comenzó a llegar ya entrada la noche a las instalaciones, únicamente para ver el concierto de Emir Kusturica. ¿Se acabó la gallina de los huevos de oro de los festivales? ¿El exceso de oferta de citas musicales comienza a resultar excesiva para el público?
Lo cierto es que el Festimad no es un evento que se caracterice por haber tenido mucha suerte en los últimos años. Su situación ha llegado al punto de que se pone en duda su continuidad. Una edición que pareció marcar un antes y un después en su historia fue la de 2005, tal y como recordaba el otro día Álvaro Ruiz, uno de los tres organizadores en un artículo publicado en ‘El País’.
Fue aquel día trágico en el que las cuatro horas de espera que provocó una avería en el escenario hicieron perder los nervios a algunos de los 45.000 asistentes a los conciertos que dieron rienda suelta al vándalo que todos llevamos dentro.
Pero, ¿hasta qué punto puede achacarse este fracaso al mal de ojo o a la apuesta del Festimad a su ecléctica «biodiversidad musical»? Tan sólo una semana antes, Getafe, municipio vecino a Leganés y a una distancia de cinco minutos en coche, celebró su propio festival, el Electric Festival, con una mayoría de grupos que compartían la línea editorial seguida por el Festimad a lo largo de su trayectoria. Los festivales crecen como setas y, cada año, decenas de nuevas citas se suman a una interminable lista de conciertos. ¿A cuántos es capaz de ir una persona, por muy aficionada que sea a la música, en un mismo verano sin cansarse de baños insalubres, calor asfixiante, polvo hasta en el carné de identidad y demás incomodidades consustanciales a la experiencia ‘festivalera’?
Los organizadores de las citas con más solera de nuestro país (Benicàssim, por ejemplo) se quejan amargamente de que esta competencia de las nuevas ‘cabeceras’ lo único que consigue es que el caché de los artistas suba como la espuma. La guerra encarnizada entre los grandes festivales (el FIB y el Summercase), que han cambiado sus fechas para hacer que coincidan y obligar al público a elegir entre uno de los dos, es una técnica cuyos resultados se desconocen todavía. Quizá sea la ocasión de poner a prueba su resistencia. ¿Hasta cuándo seguirán siendo rentables los centenares de festivales que cada verano se celebran en nuestro país?
si es que cae de cajón que la cosa va para abajo. Julio y agosto y poco más.
chiu