El País.com – Babelia
ÁNGELA MOLINA 17/05/2008
El videoarte germinó durante los setenta en un contexto marcado por las protestas contra la guerra y los movimientos de liberación sexual. Su evolución ofrece una trayectoria que puede leerse, en términos sociales, como la de un formato de individuaciones cada vez mayores de unos artistas tensándose por cortar amarras de lo que les sostiene, el mercado. Después de cuarenta años, la nueva narrativa de la videocreación ocupa hoy, con el cine y el teatro, el lugar de la legitimación filosófica e ideológica institucional. Si bien es cierto que el trasfondo imaginario de los trabajos de Doug Aitken, Eija-Liisa Ahtila, Shirin Neshat, Douglas Gordon, Alexander Sokurov o Yang Fudong no es el mismo que el de los mejores Bill Viola, Gary Hill, Chris Burden, Michael Rovner, Martha Rosler o Michael Snow, a su favor tienen que en aquellas manos este soporte -reducido primariamente para su visionado en pantallas de televisión o precarias instalaciones- ha ensayado un tipo de aventura estética para un espectador omniabarcante, activo en toda comprensión temporal de la forma artística y capaz de determinar si la espacialidad contiene prioridades temáticas genuinas.
Dicho esto hay algo de «desmodernizador» en el hecho de proyectar un vídeo en pequeños monitores instalados en los cuartos de baño de un hotel o en los televisores de anodinas habitaciones atiborradas de huéspedes ocasionales. En la feria Loop, que tuvo lugar el pasado fin de semana en el hotel Catalonia Ramblas de Barcelona (el festival Loop continúa hasta mañana en un centenar de espacios de Barcelona), el espacio reprimió la temporalidad en beneficio de la idea de divertimento y exclusividad, a saber, la de acudir a un céntrico hotel a pasar unas horas entre iguales. Allí el dinamismo estaba en saltar 44 veces de habitación en habitación y no en moverse entre pantallas o interactuar. Después de seis ediciones, sería conveniente que los organizadores de la feria se plantearan lugares más espaciosos y menos estandarizados, de acuerdo con la naturaleza de un formato que, de no presentarse en óptimas condiciones, puede quedar reducido a meras imágenes que titilan por brevísimos instantes en nuestra retina. Éstas son las paradojas artísticas que resultan del nulo ritmo del proceso crítico. Con todo, se hace posible salvar tres o cuatro obras entre casi setenta que seguramente gozarían de un punto de partida más prometedor para compradores y periodistas (culturales) si no se emitieran en medio de cortinas ondeando y toallas de baño recién usadas.
La jovencísima artista suiza Marion Tampon-Lajarriette (Gallerie Sollertis, Toulouse) firma una doble proyección en blanco y negro con la imagen enfrentada del rostro de dos mujeres que se buscan y se evitan; ambas representan dos momentos cinematográficos: el primero, filmado en 1963 (Avant la Révolution, de Bertolucci); el segundo, en 2003, aunque la acción está basada en el filme de 1968 Les amants réguliers, de Garell. Con la misma extrañeza discurre el tiempo en el vídeo de Roger Welch (galería Magda Belloti) titulado Hudson River, casi seis minutos que concentran un periodo de 14 horas frente al antiguo faro de Hudson-Athens, como una pintura viva que revisa todo lo que de reconocible hay en las reverberaciones de la luz natural frente de la desembocadura de un río (qué maravilla sería poder ver la cinta en una caja negra, con una pantalla amplia y sólo con el sonido del agua). El viaje por el río Mekong que propone el japonés Jun Nguyen-Hatsushiba (Mizuma Art Gallery, Tokio) es también el de una sociedad, Laos (y, en general, las del sureste asiático), cuyo sistema de valores fluctúa entre la asunción de su herencia cultural y el énfasis en el éxito personal, como ocurre en la vecina China. Una hermosa secuencia de 15 minutos narra el viaje de una cincuentena de estudiantes de una escuela de arte a bordo de unas embarcaciones, desde donde ejercitan sus dotes «plenairistas» y con el símbolo vernacular del árbol sagrado Bodhi como faro de sus ambiciones individuales. Un faro que tiene en el brillo acerado de la estrella de un coche de lujo (Antoni Muntadas, Mercedes Projection, Moisés Pérez de Albéniz, Pamplona) la misma idea de «marcador» con el que decorar nuestras vidas, girando lentamente con las nubes de fondo, una denuncia de la relativamente nula fungibilidad del capital.
Loop 2008. Hasta el 18 de mayo. www.loop-barcelona.com y www.youtube.com/LOOPFESTIVAL
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