El psicoanalista e intelectual francés Jacques Lacan dijo una vez que “la revolución no es más que dar vueltas y vueltas en círculos”. Sigamos dando vueltas a lo mismo, como un vinilo que sigue girando después de haber reproducido la música que contiene, esperando a ser dado la vuelta. ‘This is the end, beautiful friend‘ de Anki Toner (aka File Under Toner) es, de nuevo, un caso paradigmático y que puede servirnos bien, otra vez más, de metáfora. Si interpretamos el sonido del hiss propio de un vinilo, entonces puede que estemos llegando al final del vinilo, escuchando un bucle en loop, como una cinta de Möbius.
La aguja salta una y otra vez, sobre el mismo surco, creando un groove, en los límites de la legalidad de un silencio compartido, generando un temblor roto que nos invita a pensar en los límites de la música. Recordemos que el 29 de septiembre de 2010 este disco de Anki Toner fue retirado de los servidores de Internet Archive por una supuesta “infracción de los derechos de autor”. Al margen de toda legalidad, ¿dónde se ubica hoy la música que está al margen? ¿Tal vez hayamos dejado de lado aquello que llamábamos avant-garde? ¿Hemos dejado de mirar hacia delante? ¿Hemos abandonado ese jardín ideal que puede que nunca existiera más que en nuestras cabezas?
Según Difficult Art and Music, nada te hará darte cuenta de lo mal utilizado que está el término «vanguardia» como utilizar el navegador de etiquetas Bandcamp. Puede que nos hayamos desubicado entre tanta promesa incumplida y esperanza rota, propias de las tecnologías siempre novedosas que no hacen sino perpetuar un mismo modus operandi, como apuntaba Good Willsmith en relación a este mensaje de The Caretaker:
El trabajo de Caretaker está en todos los servicios de transmisión. ¿Lo quiero ahí? No. Pero no me ha quedado ninguna opción, ya que la gente intentaba sin cesar monetizar y explotar el trabajo subiéndolo repetidamente. El sistema está más que roto.
Desde hace algún tiempo, algo suena a roto en la industria musical: esta situación es desalentadora y el hecho de que casi toda la música gira en dirección a la transmisión/explotación en este sistema no podría ser más obvio e insostenible para los artistas, sentenciaba Willsmith. La ubicuidad de la precariedad, ese ruido de fondo del mercado musical y laboral, que trae consigo el ansiado y supuesto éxito suena cada vez más fuerte. ¿En qué momento decidimos abandonar el jardín de la vanguardia, si es que alguna vez no fue más que un reflejo del jardín del Edén, para buscar desorientados la posibilidad de tener éxito y poder vivir de ello?
Parece que la industria musical nos ha fagocitado, como un uróboros, a base de micro-ritmos de ese vinilo en sus últimas. Para quien necesite una cronología o un diagrama de las mega-tecnológicas dedicadas a la propiedad de aquello que llamamos música, aquí está según cherie hu: venta de BMI a New Mountain Capital, venta de Bandcamp de Epic Games a Songtradr, participaciones de Francisco Partners en Native Instruments, Eventbrite y Kobalt… SoundCloud también está a la venta por mil millones de dólares, para quien quiera comprarlo. Como proponía Marc Weidenbaum: ‘si los aproximadamente 2.000 suscriptores de la lista de anuncios por correo electrónico de Disquiet Junto aportan cada uno medio millón, podríamos comprar SoundCloud y convertirlo en un patio de juegos exclusivo‘. Otro jardín, otra música comienza a sonar, como en esta imagen, con un ácido deseo y sabor postcapitalistas.
El fracaso de la contracultura contemporánea brilla en ese giro neoliberal sin fin basado en el individualismo. Un nuevo sonido, el de un futuro todavía por venir, se articula en las luchas contra las distintas formas de opresión basándose en la conciencia de clase, de raza y de género. En el sindicato de Bandcamp tienen clara una cronología de los hechos acontecidos el año pasado. Hoy no es noticia que Bandcamp estaba destinado a ser una alternativa a los gigantes corporativos de la era del streaming de música, ofreciendo un mejor trato a los artistas independientes. Aquella esperanza y aquel jardín terminaron, como bien sabemos, en un rincón de la calle silenciosa de las redes sociales. Nadie parece protestar frente a los despidos inmediatos en el cambio de manos de Bandcamp, deseando anular y aniquilar la fuerza laboral sindicalizada de la empresa. Jacques Attali acertó en su predicción respondiendo sin quererlo a la pregunta de si la música podría ser el futuro de la industria musical, pregunta que se hacían hace tiempo en Ochre. Aquí la respuesta de Atallí en su siempre recomendable libro «Ruidos»:
“Actualmente es inevitable, como si un ruido de fondo debiera cada vez más, en un mundo que se ha vuelto insensato, tranquilizar a los hombres. Hoy día también, dondequiera que la música está presente, también está ahí el dinero. (…) La música, disfrute inmaterial convertido en mercancía, viene a anunciar una sociedad del signo, de lo inmaterial vendido, de la relación social unificada en el dinero. La música anuncia, pues es profética”.
La luces y sombras de toda esperanza y profecía musical se ciernen sobre la música y su industria, mientras que Bandcamp intenta mantener las luces encendidas después de una venta épica y sus posteriores despidos. Como apuntaba Will Floyd, un ex-ingeniero de software en Bandcamp, en esta entrevista: «los trabajadores de Bandcamp realmente creían en la misión del artista primero (artist-first mission), y era lo que queríamos mantener vivo. Había mucha gente en Bandcamp que eran músicos, conocían a músicos, operaban sellos o fabricaban vinilos«. Mientras tanto, Bandcamp sigue enfocado en encontrar nuevas maneras luminosas de vender que nos cieguen hasta el próximo viernes. Puede que la alternativa nunca sea la misma luz, ni el mismo jardín, ni un club. Puede que la esperanza se ubique allí donde se ejecuta la esperanza de justicia, como han hecho en Uruguay con Spotify cesando su actividad. La rendición de cuentas siempre fue una cuestión de memoria histórica motivada por la conciencia de clase. Por esto, puede que la huelga en la industria musical sea el nuevo hiss.
No olvidemos que la música, además de profética, siempre fue alimento para la lucha política y revolucionaria entre clases sociales. Cuando Matana Roberts le preguntó a su padre «por qué se había interesado por la música experimental«, su respuesta fue «la música apoyó la política revolucionaria de la época, nos alimentó». Aquella respuesta se quedó grabada en su memoria como quien graba un disco histórico sin saberlo, sin pretenderlo, sin pretensiones, ni poses. Así como si nada, cuando la música se convierte en un ruido de fondo dentro del espectro capitalista para el régimen establecido la comunidad emerge sonando al unísono. Un clásico. Como bien apuntaba José Luis Brea en «El tercer umbral» (2003):
“Una comunidad online es, por necesidad, una comunidad utópica, des-espacializada. Y sus cualidades están necesariamente asociadas al objeto propio de intercambio –que ya no es la representación estática, objetualmente condicionada, sino más bien la imagen-movimiento, como testimonio específico del acontecer de ser en el tiempo, como economías de lo pasajero, de lo transitorio.”
Resulta curioso que mientras la crisis de la industria musical en la actualidad se localiza en el entorno digital, la fisicidad ha logrado volver a establecerse como una apuesta segura. Las tiendas de discos que un día desaparecieron del mapa (de Barcelona por ejemplo) hoy vuelven a brotar como setas. Puede que cuando la industria musical logra arraigarse en su propio patio trasero, es decir, en el ‘avant-garde’, es cuando surge la necesidad de cambio y así sucesivamente, como ese bucle de Möbius. Spotify es un claro ejemplo de ello: al principio se convirtió en un portador popular de esperanzas, tanto para los músicos como para los oyentes, y que ha terminado siendo y estableciéndose no sólo como una mera estructura de poder económico sino también como esclavitud, especialmente si tenemos en cuenta las condiciones actuales con las que se encuentran los músicos en esta plataforma. ¿Acaso las farmacias que no son las que más venden un triste paracetamol no merecen cobrar por el servicio que prestan? No cobrar por tu trabajo tiene nombre, aunque nos dé dolor de cabeza. Por esto mismo, este sistema esclavizante nos ofrece razones suficientes para temer a las empresas de la cultura, como apunta Glenn McDonald (Every Noise At Once). Hoy como todos los días es un hermoso día para desinvertir en Spotify! Y es que el juego parece haberse acabado para el monopolio de las empresas de streaming musical, Bandcamp incluido. Ahora más que nunca este juego es cosa seria, algo que una persona anónima mientras esperaba en la infinita cola del Berghain (Berlin) lo tuvo claro:
“Our music deserves a better playground”
Nuevas alternativas brotan y surgen del underground de esta industria clasista y opaca. Spotify y sus algoritmos nos invitan a esa «escucha reclinada», sino deprimente, de la que nos hablaba Liz Pelly en 2017. Spotify & Chill, es decir, ponte cómodo porque gracias a Spotify no tienes nada que hacer, tal vez ni si quiera la necesidad de escuchar ni atender a lo que suena. Tu escucha se convierte así en un producto y en una consecuencia de un programa neoliberal para erradicar la necesidad de tener que decidir qué escuchar mientras trabajas, comes o haces el amor. No hace falta que te manches las manos mientras sigues trabajando, comiendo o haciendo el amor. El algoritmo ya lo hace por ti. La selección y cosecha propias de un ejercicio de comisariado que da identidad a un sello de discos, como a un oyente con gusto propio, está en peligro de extinción gracias al nuevo Muzak. Los algoritmos puede que no sean otra cosa sino una serie de posibles pasados opacos que desdibujan la identidad de toda subjetividad. Nada personal. Puede que por esto mismo, la red rizomática propia de la música underground basada en el compartir escuchas y prácticas colaborativas esté de nuevo emergiendo. Tal vez por ello, las trufas no se venden con envoltorio en las pastelerías y siempre son los cerdos quienes las encuentran bajo tierra. Porque la música underground siempre fue como una trufa: sabrosa, codiciada y para que te manches las manos mientras disfrutas de ella.
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