En el último post sobre el reciente pasado épico de Bandcamp, me preguntaba sobre el presente y el futuro de la distribución musical de esta plataforma, aunque tampoco deberíamos de dejar de lado a Spotify, ciertamente algo más mainstream y popular. La respuesta al futuro, tal vez como siempre, pueda estar en el pasado, en una historia que parece repetirse sin fin. Empecemos pues a deconstruir el presente hauntológico gracias al fracaso de nuestro futuro, proyectado desde aquel pasado, parafraseando a Mark Fisher.
En este articulo de 2019, Megan Mitchell nos invitaba a saber escuchar la caída y el colapso de una plataforma que hoy suena a un fantasma: MySpace. En sus palabras (traducidas):
«el archivero digital que había en mí sabía que se habían perdido canciones de valor personal y cultural, y eso estimuló mi interés en las formas en que la preservación digital se cruza con cuestiones éticas, así como en cómo los modelos de preservación digital han cambiado con el tiempo«.
Si miramos este Mapa del Patrimonio Musical podríamos pensar que han proliferado un gran número de archivos sonoros y que algunos de ellos afortunadamente están disponibles online, aunque no todos. El patrimonio musical de esos archivos dista mucho del que albergan las dos plataformas de distribución musical que es el que, a priori, parece vivir en un bucle. Parece que estemos ante una situación similar ya vivida, en la cual la red social mayormente usada por artistas sonoros o músicos experimentales está en crisis existencial y como consecuencia es necesario otra migración o al menos pensar dónde ubicar ahora esa cantidad ingente de archivos para que sean potencialmente escuchados. Quedarse igual es siempre signo de pesimismo sino de decadencia. Al mismo tiempo, sería ingenuo pensar que las ‘nuevas’ plataformas digitales no son la continuación de la ‘vieja’ industria musical de siempre. ¿Es posible que sigamos haciendo oídos sordos a cuestiones éticas y también a cuestiones estratégicas que permiten que la historia se siga repitiendo en un bucle sin fin?, como diría Timothy Morton. Según Cory Doctorow esta situación o el proceso vital de las plataformas online podríamos describirlo como ‘enshittification‘ (enmierdamiento). Nada nuevo bajo el sol, excepto por el suelo sobre el que pisas.
«Así es como mueren las plataformas: primero, son buenas con sus usuarios; luego abusan de sus usuarios para mejorar las cosas para sus clientes comerciales; finalmente, abusan de esos clientes comerciales para recuperar todo el valor para ellos mismos. Luego mueren«.
El artículo de Mitchell, mencionado anteriormente, terminaba con una invitación a ser más «proactivos a la hora de preservar nuestro trabajo en nuestros propios términos, sin temor al colapso de los marcos en los que a veces nos vemos obligados a proyectar nuestras creaciones«. Recientemente Edu Comelles hacía un llamamiento a volver al pasado, de lo que se llamó como ‘Netaudio’, para borrar nuestros archivos de la plataforma y volver a tomar el control, como una posible respuesta a la pregunta si Bandcamp ha terminado tal y como lo conocemos hoy. No es sólo Bandcamp que se está desmoronando, también Spotify, desde luego si miramos a sus políticas, como bien apuntaba Ainara LeGardon: «se está vinculando directamente la calidad con los números. Eso nunca es sano en el ámbito artístico, pero es lo normal en el ámbito industrial.» Lo normal, como lo sano hoy, han sido rentables en la bien llamada happycracia del capital.
Estamos ante una industria musical que sólo atiende al 1% de fans y artistas, según Future of Music Coalition y algunos rumores. Con las nuevas políticas aplicadas por Spotify necesitarás de 1.000 reproducciones anuales para poder cobrar un porcentaje, ya cuestionable, de los beneficios. Estos beneficios no pagados (40 millones de dólares según las propias estimaciones de Spotify) irán a parar a los bolsillos de los artistas más rentables. Y si esto no sería suficiente, los artistas menos rentables seguramente se verán obligados a salir, por lo menos, de los catálogos de sus distribuidoras por falta de productividad económica. Realmente esta situación no es nueva o, al menos, algo debería sonarnos a las prácticas llevadas a cabo por las SGAE y también por parte de la mayoría de empresas o de lo que llamamos ‘mercado’. Esta manera de proceder responde a ese feliz sistema capitalista y también a las necesidades del 1% de la población mundial que acumula el 63% de la riqueza producida en el mundo desde 2020.
La pregunta sigue siendo, como apuntábamos, una cuestión ética, sino también estética. Si tenemos en cuenta que esencialmente tanto la política, la tecnología como la industria musical, gestionan nuestras esperanzas a través de sus productos, siempre bajo sus intereses y siguiendo siempre la ‘lógica del mercado’, nos convertimos en una suerte de clientes, sino en productos. Creer el relato de la política, de la tecnología y de la industria musical, como portadores inherentes de una condición de posibilidad exitosa en nuestra práctica musical resulta, por lo menos, inocente, sino insano. Hay quien se pregunta con razón si no necesitamos más bien un psicólogo que un sindicato. Necesitamos algo más que únicamente ambas cosas. No olvidemos que las grandes tecnológicas pueden ser tóxicas y que precisamente aquello que llamamos ‘arte‘ debería tener, sino tiene, esa capacidad de extrañamiento o aberración para sus propios dirigentes, como bien apunta en este hilo Good Willsmith. Al menos, fuera del opaco mundo del Arte, que más que ‘mundo’ no es sino ‘mercado’, insisto. No me cansaré de leer esta cita de Alva Noë:
El arte no es manufactura. El arte no es performance. El arte no es entretenimiento. El arte no es belleza. El arte no es placer. El arte no es participación en el mundo del arte. Y el arte definitivamente no es comercio. El arte es filosofía. El arte es exhibir nuestra verdadera naturaleza ante nosotros mismos. Porque lo necesitamos. El arte es escribirnos a nosotros mismos.
Como terminaba Willsmith en su hilo: ‘No se trata de ser ingenuos, ni idealistas porque el arte no salvará el mundo’. Desde luego, puede que no haya un mundo que salvar o puede que las cosas no sean como queremos que sean. Puede que se trate de abrazar las posibles contingencias que surgen en el orden establecido para escapar así de la dicotomía capitalista que tan bien describió el Subcomandante Marcos: Cliente o delincuente. Puede que no suene muy optimista porque los pesimistas sabemos bien que la (misma) historia volverá a repetirse (una y otra vez) . ‘Cualquier cambio, por malo que sea, es un cambio. Al menos algo ha cambiado’, este es nuestro consuelo porque perder deja de importar realmente. Podemos intentar distinguir quiénes son aquellos perdedores (nunca seremos nosotros) y reconocer también quiénes son los verdaderos ganadores (siempre son ellos) que surgen de las relaciones de poder, siempre desiguales y desequilibradas, que vienen mediadas por productos político-tecnológico-musicales para el beneficio de unos pocos (los de siempre) y del sistema capitalista (el mismo de siempre). Parece que un fantasma recorre la industria musical o la distribución de música experimental. Por esto mismo, puede que estemos en un buen momento.
Leave a Reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.