La última entrada sobre Bandcamp narraba la reciente historía épica de su decadencia, terminando con una invitación a pararse a mirar al cielo, sino a tomarlo por asalto. Casualmente en los últimos días hemos sabido que la empresa Starlink, que provee de conexión a internet a través de una constelación de satélites y dirigida por Elon Musk, proporcionará sus servicios a la población gazatí mientras está bajo su propio genocidio. Irónicamente parece más bien que sea el poder celeste quien nos esté asaltando, como siempre lo hizo el poder político
y religioso, y ahora también el tecnológico: vendiéndonos sus bondades y ocultando sus sombras, es decir, gestionando nuestras esperanzas a su merced. Que las comunicaciones via satélite puedan darse en Gaza hoy no quiere decir que no vayan a estar controladas mañana por quien las facilita. Repito la misma frase: el mundo parece seguir siendo el mismo, aunque el firmamento no tanto.
Esta invitación de pararse a mirar el cielo y escuchar hace referencia también a la parte final del texto firmado por Tim Ingold y publicado en 2007 sobre el paisaje sonoro: «Against Soundscape» (descargar pdf), donde Ingold hace referencia al musicólogo Victor Zuckerkandl. Las cuatro objeciones del conocido antropólogo al concepto de ‘paisaje sonoro’ resultan necesarias para una crítica inteligente, desde lo perceptivo y fenomenológico, de una propuesta audista y sorda al mundo. Así termina el texto contra el paisaje sonoro: «El encierro en el lugar, en definitiva, es una forma de sordera«. Desde luego, hay quien mira al cielo y se hace las preguntas adecuadas. En este sentido, cabría cuestionarse, para hacer justicia por fin, el ensordecedor silencio para con la sordera y por ende con la Comunidad Sorda en una posible historia comparada del denominado Arte Sonoro y también, sino sobre todo, del mal llamado «soundscape», aunque esto es otro cantar. Con esta reflexión celeste terminaba el anterior artículo y así comienza el presente que pretende hacerse eco de un silencio complice, sino de una falta de escucha reinante.
Recientemente Meryl Streep fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Artes y en su discurso, al recibir el citado premio, y mientras nuestra querida monarquía, que hoy escenifica la jura de la Constitución Española por parte de la futura heredera al trono, parecía entonces escuchar atenta a la actriz, quien se hizo eco de los gritos de Martirio en «La casa de Bernarda Alba»: ‘La historia se repite‘. Como bien apuntaba la actriz, de «Death Becomes Her» traducido al español como «La muerte os sienta tan bien», en su su discurso digno de ser escuchado: «actuar en esta obra es prestarles a los muertos una voz que los vivos puedan oír«, aludiendo a «la empatía como una forma radical de acercamiento y diplomacia» y terminando con un silencio después de la frase: «It’s all about listening«.
Ayer mismo Giorgio Agamben publicaba esta reflexión, también creo que acertada, sobre el silencio imperante actualmente en Gaza y la ausencia de micrófonos en la franja:
«En los últimos días, científicos de la School of Plant Sciences de la Universidad de Tel Aviv han anunciado que han grabado con micrófonos especiales sensibles a los ultrasonidos los gritos de dolor que emiten las plantas cuando las cortan o cuando les falta agua. En Gaza no hay micrófonos.» (traducción)
¿Qué clase de paisaje sonoro es aquel que es capaz de atender el dolor, legítimo en cualquier caso, de una planta sin agua mientras hace oídos sordos al dolor de miles de personas? ¿Cómo desplegamos la ética de nuestra escucha en el mapa del dolor? ¿Qué refleja un silencio sino la indiferencia de quien no ha aprendido a escuchar y atender en plenitud al mundo precisamente en sus paisajes dolientes? No olvidemos que todo lo que dejamos fuera del alcance y del rango de nuestra escucha y no únicamente del oído, nos traiciona como individuos y como sociedad. Tener orejas en vez de oídos es propio de una práctica basada en lo tecnológico por la condición política de la escucha. Resulta doloroso reconocer que no todos los silencios tienen el mismo valor, ni son atendidos de la misma manera. Si no hay micrófonos en Gaza es porque existe un grito silenciado. Tal vez si la School of Plant Sciences de la Universidad de Tel Aviv escuchara los infrasonidos, en vez de sólo los ultrasonidos, podría percibir el temblor producido por las bombas y el asedio a una ciudad que se desmorona y en ruinas.
Tal vez por esto mismo, Matana Roberts no podía soportar más este silencio, siempre político y tecnológico, llamando al horrosrismo, por tomar el término de Adriana Cavarero para construir una ontología de la vulnerabilidad sobre nuestra aparente indiferencia. El espectáculo de la historia se repite nuevamente construyéndonos como hipersujetos, en palabras de Timothy Morton:
El hipersujeto contiene a todas las personas blancas occidentales que ven esto como simples espectadores. Creemos, además, que los espectadores no crearon esta tragedia. Cada obra trata sobre cómo el público es en realidad el personaje principal. George Lucas hizo Star Wars porque creía que las personas la amarían. ¿Ves a qué me refiero? Él fue su público. La catarsis en una obra surge cuando te das cuenta de que todo iba sobre ti.
Somos testigos de la construcción de nuestro propio relato para soportar la indiferencia ante el dolor de los demás, haciendo referencia a Susan Sontag. Dicho en palabras de Hannah Arendt, la banalidad del mal nos construye como sujetos responsables de ese silencio y del cual tendremos que dar cuenta. Por darle un contrapunto a este silencio imperante y también algo de consuelo a nuestra posible culpa podemos escuchar este duelo de aplausos y silencios que tuvo lugar recientemente en la ONU. Los aplausos puede ser un buen reflejo de la sociedad del espectáculo en la que vivimos, como apuntó acertadamente Guy Debord.
Sabemos bien que la verdad es la primera víctima en toda guerra. Como bien apunta Judith Butler, no sólo son los silencios cómplices sino la terminología que se usa para evitar nombrar las cosas por su nombre. No hay guerra sino genocidio. No es una falta de precisión casual, sino un acto premeditado y estratégico del uso y abuso del lenguaje. No hay una violencia justificada por el derecho a la defensa, sino una lucha de resistencia frente a una violencia sistemática. Desgraciadamente, como nos dice Butler, seguiremos siendo testigos de más violencia y seguiremos asistiendo a su espectáculo.
Desde aquí y a través de un humilde post nos hacemos eco de esos desplazamientos en nuestra atención y percepción del mundo que provienen de un uso, o más bien de un abuso, que hace resonancia con aquel tintineo de la historia del que hablaba
El primero de la mano de la artista y activista israelí-irlandesa Meira Asher y que originalmente formó parte de su programa de 22 horas para el proyecto radio artzone que se emitió en Luxemburgo en septiembre de 2022 y que recientemente publicó framework radio, sin que haya dejado de reflejar la situación actual.
El segundo trabajo, o viaje sonoro de la resistencia, llamado Echoing Yafa y publicado en tres idiomas (inglés, hebreo o árabe) nos invita a realizar un paseo sonoro dirigido por Miriam Schickler, quien nos guía a través de unas historias, en plural, hoy en peligro de extinción, como siempre.
Ambas obras evidencian la repetición de la Historia y de sus intrahistorias, así como la capacidad que la escucha guarda secretamente en la atención a los paisajes dolientes de las voces sistemáticamente silenciadas. Tal vez no se trate tanto de aplausos y silencios, sino sobre todo de la atención y el cuidado a lo dolorosamente desatendido. La escucha y la atención, como los sonidos, también pueden ser una cuestión de grado y no únicamente de aparentes radicalidades. Como decía Marconi, los sonidos nunca mueren sino que se vuelven progresivamente más débiles. La memoria no es sólo un archivo gris, sino un ejercicio político efectivo y afectivo del recuerdo de un mismo porvenir. Como dice Rafael Poch de Feliu:
«Con su complicidad con la acción genocida de Israel, las potencias occidentales son coherentes con su pasado, pero sobre todo apuntan una dirección de futuro».
DeWalle
Christel