A continuación os dejamos este estupendo artículo sobre la obra de Luz Broto.
A raíz de un suceso ocurrido en el transcurso de una mesa redonda realizada en el Macba en el marco de Allez! Encuentro sobre prácticas ambulantes y museos dispersos, reparé en un concepto que creo que hasta aquel momento nunca le había prestado mucha atención al pensar en, desde, para, sobre las prácticas artísticas contemporáneas y, en especial, en torno a las que abogan por lo intangible o, dicho de otro modo, por las propuestas cuya materia prima no es perceptible y requiere de otras habilidades para poder ser experimentada.
El concepto al que me refiero es fragilidad.
Según el Diccionario de Uso del Español de María Moliner -biblia-literaria-viejuna-de-gran-poder-evocador-y-a-la-que-me-gusta-recurrir-de-vez-en-cuando- Frágil proviene del latín “frágilis” e igualmente de “frángere”. Dice, además, que frágil es lo que se rompe fácilmente por golpe, como el cristal. Otra acepción se refiere a frágil en sentido figurado y vendría a ser algo así como débil, fácil de estropearse o de trastornarse. Al hilo de débil, se dice que esta palabra se puede aplicar a una persona con poca fortaleza para resistir las tentaciones. Y la última acepción me la voy a ahorrar porque creo que si la escribiera provocaría un tsunami que para nada deseo.
Luz Broto es una artista cuya obra se caracteriza por mantenerse permanentemente en equilibrio entre la obviedad y la revelación, la insignificancia y lo trascendente, lo sencillo y lo complejo o entre dos aguas de corrientes tan distintas que frente a ella -es decir, su obra- es imposible mantenerse neutral. Al tiempo que para unos buena parte de las propuestas de esta artista son motivo incontestable de admiración a ciegas para otros no es otra cosa que la ocurrencia de una artista que, no al no saber hacer nada más, se dedica a provocar al espectador poniendo en evidencia su incapacidad de apreciar la sutileza de una obra que se concibe, nutre, existe y muere mientras está sucediendo, acontece, pasa y está entre todos nosotros sin que apenas nos demos cuenta. Y es que al margen de cualquier apreciación subjetiva la suya es una obra que trata de revelar lo que permanece escondido, hacer audible lo que no se escucha, visibilizar lo que no se ve, lo que forma parte de nuestras vidas sin que reparemos en ello y, en general, de fijar su atención en lo que por su fragilidad o inconsistencia, apenas apreciamos ni le damos la importancia que tiene.
George Perec, comienza su libro Tentativa de agotamiento de un lugar parisino describiendo lo más destacado de la Plaza Saint-Sulpice -a saber: sus cafés, el ayuntamiento o la Iglesia de Saint-Sulpice- para luego centrar su atención en lo que resulta insignificante o no suele mencionarse. El hecho de que junto a la obviedad Perec no pase por alto lo oculto y lo saque a la luz, sirve para visibilizar la relevancia que tiene para el autor francés “lo que generalmente no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia: lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes”. Se trata de una actitud (la del escritor francés) suficientemente digna para tener en cuenta por cuanto revela una forma de ser caracterizada por su inconformismo, curiosidad, tenacidad, persistencia y dedicación en sacar de la vida todo el jugo que se pueda.
Si al hilo de lo que acabamos de apuntar me preguntaran cuál es la necesidad de visibilizar lo invisible, diría que casi ninguna. Ahora bien, si me preguntaran qué me aporta ver lo invisible o tener acceso a lo oculto diría que, al margen de ver la vida con una cierta amplitud de miras, la convicción de que no todo lo que reluce es oro, la posibilidad de entender nuestra existencia sobre la base de lo que no mostramos, la certeza de que lo que vemos sólo es la punta de un iceberg, saber que nuestro mundo no se agota viendo si no que se complementa mirando, apreciar el potencial de los detalles por encima de lo que nos estampan en los morros ver, etc.
Frente a quienes se conforman con ver lo que tienen delante de sus narices hay quienes disfrutan escudriñando, observando y analizando las capas y capas de información que hay detrás de las cosas y que, al plantar ante nuestros ojos lo que sería una puerta de acceso hacia lo que suele permanecer escondido, consiguen hacer de las vidas de quienes tienen una cierta curiosidad un campo insondable de sensaciones, emociones y vivencias.
Si la fragilidad suele ir asociada a materiales que se rompen -pienso, por ejemplo, en el cristal- cuando el material con que se trabaja es intangible diría que más que de fragilidad deberíamos hablar de inconsistencia. Y es en base a esta inconsistencia que la obra que se modela a partir de la nada, posee la virtud de convertir la fragilidad en su punto fuerte y, en consecuencia, en aquello a lo que hay que acercarse con mucho tino para no romperse. Algo que Luz Broto controla a la perfección dada su manera de difundir lo que hace, hablar de sus proyectos, desvelar lo que le interesa y sobre todo, de ocultar buena parte de sus intenciones con el fin de que su obra no se haga añicos antes de ver la luz. Broto sabe perfectamente que la fragilidad está ahí y que es necesario ir en cuenta para que no se rompa antes de lo previsto. También sabe que es muy difícil mantener oculto un secreto y que esta dificultad aumenta potencialmente cuando la gente que lo sabe se multiplica sin que ella lo sepa. De hecho, uno de los factores que más gratificaciones aportan cuando se trabaja con Luz es saberse cómplice de una acción de la que casi nadie sabe nada, que quizás no sean muchos quienes la perciban, que sean unos cuantos a los que les dé igual y que cuando se dé por terminada es posible que no vuelvas a ver la vida como lo venías haciendo hasta entonces. El hecho de ser partícipe de un secreto cuyas consecuencias son imprevisibles hace que la exclusividad que representa saberlo sea un tesoro a preservar. Por ello, cuando alguien se va de la lengua, rompe la exclusividad y difunde el secreto como si se tratara de una vulgar receta, el misterio se apaga, la luz regresa a la oscuridad y la experiencia se trunca. Como si se tratara de un cristal.
Y esto, justamente, es lo que pasó en transcurso de aquella mesa redonda.
Como parte del programa al que nos hemos referido al principio de este texto, el Macba había organizado una serie de talleres “con diferentes artistas y colectivos sobre la construcción de artefactos móviles, la elaboración de protocolos de artista, la mediación itinerante, así como la experimentación en el desarrollo de proyectos digitales desde lo analógico” y, además, “un seminario con una conferencia y dos mesas redondas en torno a la agencia de estas prácticas, la educación expandida y la posibilidad de imaginar prácticas institucionales que estén más allá de entender la escuela como público masa”.
Uno de estos talleres lo impartía Luz Broto y durante las dos tardes que duró su propuesta ensayaron “distintas situaciones, en grupo e individualmente, a partir de la activación de protocolos, instrucciones y órdenes en diferentes tipos de espacios, tanto públicos como privados”. Por lo que se deduce del texto de presentación de las sesiones, “la intención del encuentro era compartir herramientas que pudieran ser reapropiadas y aplicadas en los distintos espacios educativos y de experimentación artística de las participantes”. Puesto que, para Luz Broto, todos los espacios son susceptibles de ser espacios de experimentación -y cuando digo todos quiero decir TODOS- no dudó en hacer de aquella mesa redonda que había sido programada para después de su taller el escenario perfecto para la activación de otra de sus intervenciones artísticas.
No era la primera vez que la artista recurría a este formato para desplegar una de sus obras. En 2008, aprovechando que Ignasi Aballí iba a impartir una conferencia en torno a sus trabajos más efímeros, Luz Broto realizó una intervención que en ningún momento fue anunciada al público ni al conferenciante. Titulada Provocar una condensación pasajera sobre la pared de cristal del auditorio, durante el transcurso de una conferencia de Ignasi Aballí, la intervención de Luz Broto consistió, precisamente, en hacer lo que describía y en la medida en que no fue anunciada, es muy probable que nadie reparara en ella. Si, por el contrario, sí fue vista por alguien, es posible que el afortunado/a se preguntara sobre lo que estaba sucediendo, dudara acerca de lo que estaba viendo, pensara que lo que veía quizás formara parte de la intervención de Aballí, creyera que el auditorio se estaba quemando, interpretara aquella condensación como la ilustración perfecta del concepto de lo efímero que defendía Aballí, etc. Lo importante del caso es que nadie debía saber lo que sucedería durante aquella conferencia de modo que la “grandeza” de su intervención dependía de su invisibilidad, de su capacidad en pasar desapercibida. Dependía, en suma, de su fragilidad.
Mientras el conductor de la mesa redonda del Macba planteaba su propuesta y realizaba las presentaciones de rigor, quienes estábamos allí, en la sala, oíamos ruidos y voces extrañas procedentes, con toda probabilidad, de la cabina de control del auditorio del museo. La sensación que teníamos era como si no se hubiera cerrado la circulación de voz entre la sala del auditorio y la mesa de control y las voces de los operarios se escaparan por alguna vía. Podíamos creer que podía haber sido un descuido, cualquier cosa, un despiste cualquiera. Algo difícil de creer ya que, por si desde la sala se escuchaban voces y ruidos extraños, era imposible imaginar que los causantes de la molestia no podían ni tan siquiera sospechar lo que estaba pasando y, sobre todo, lo molesto que era.
Aunque los sonidos no eran continuos sino sólo momentáneos y pasajeros, no había nadie en la sala que no hubiera reparado en ellos. Hasta el conductor del acto, en un momento de su intervención, dijo algo como que aquellos ruidos, de continuar, acabarían con sus nervios. Y ahí lo dejó….
….hasta que llegó una de las ponentes dispuesta a desvelar el misterio y, de paso, a cargarse de cuajo la intervención de Luz Broto.
Ante la pregunta que le hizo el conductor para darle pie a desarrollar su tesis, la teórica empezó su intervención informando al respetable de que aquellos ruidos que se escuchaban no eran fruto de un problema irresoluble si no la intervención ideada por Luz Broto a raíz del taller experimental que había liderado la artista.
Tras la declaración de esta mujer perpetrada con ayuda de un micrófono a lo Madonna, escuché un ruido muy cerca de mi, distinto a los que hasta entonces había oído: era la mochila de Luz Broto topando con el suelo después de haberse desplomado de lo que podría haber sido un quinto piso.
Invitado por la artista, yo estuve allí y si sabía que algo iba a ocurrir, no daba crédito a lo que acababa de presenciar. Cuando otro de los integrantes de la mesa redonda reprendió a aquella señora revelando que los ponentes habían recibido instrucciones de no decir nada de aquellos ruidos para permitir que la sesión transcurriera con total normalidad, la cosa, para mí, adquirió un tono que para nada quería seguir presenciando. Saboteada la intervención de Luz por culpa de la incontinencia verbal de una ponente que se quedó tan ancha, lo único que tenía ganas de hacer era justamente lo que hice, es decir, irme.
Y fue en el camino de regreso a casa cuando me puse a reflexionar acerca del concepto de fragilidad en las prácticas artísticas contemporáneas, en la necesidad de dar y respetar las instrucciones del artista para aprehender debidamente la intangibilidad de sus obras, en la capacidad que tiene la voz para cargarse una propuesta silenciosa, en entender que la materia prima de las intervenciones de Luz Broto es tan frágil y delicada como el más preciado de los cristales, en sospechar que lo que uno quiere nada tiene que ver con lo que acaba siendo y que si, en esta ocasión, fue la voz de quien no calló quien hizo añicos la propuesta de Broto, otro día será otra cosa lo que se cargue sus intenciones.
Ella sabe que trabaja con, para, desde, en, entre, por la fragilidad. Y como quien trabaja con el cristal sabe perfectamente que corre el riesgo de romperlo.
En ello radica su solidez.
Leave a Reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.