Hay una maldición china que dice: «ojalá te toque vivir en tiempos interesantes». Ronald Reagan decía, citando Regreso al Futuro, que el tiempo de su legislatura era el más emocionante que nunca había habido para vivir. El tiempo, los días, el pasado y este presente-futuro.
A los pocos días de los atentados en París, Judith Butler publica este texto en un periódico francés. Pocos días después del atentado se anunciaba el endurecimiento de las medidas de control, cuando ya se habían empezando a vulnerar derechos en Bélgica y Francia. El atentado sucede, claro está, en la capital europea del s XIX, y la amenaza se cierne, por supuesto, sobre la sede del parlamento Europeo del s XX y XXI.
Todas las radios hablan sobre cómo el atentado podría haber sido evitado con un mayor control de fronteras, con un mayor control sobre las redes sociales. Todo en plena una crisis de refugiados que ha demostrado cómo las nuevas formas de guerra armada y guerra económica, de las que hablaban Negri y Alliez, ha transformado la frontera. En un momento en que se hace necesario fortalecer el control de las clases precarizadas en estos países. Al poco tiempo Varoufakis, Assange y Zizek se reúnen en un seminario para hablar del fin de Europa que, tras este título tan atrayente y postmoderno (Europe is Kaputt), servirá en realidad como paraguas y soporte de nuevas formaciones europeistas que piensan las relaciones continentales y el mediterráneo de otra forma menos autoritaria y restrictiva (Long live Europe!).
Todo esto sucede 5 años después de que Godard estrene Film Socialism ambientada en un barco que viaja por el Mediterráneo hablando sobre el fin de Europa.
Sucede el mismo año, 2015, en que Adam Curtis estrena Bitter Lake, sobre cómo las medidas de modernización energética a escala global se toparon con el desierto afgano y de cómo la simplificación de los conflictos internacionales en «bueno» y «malo» por parte de las administraciones de Reagan, Tatcher, Blair y (contextualizando) Aznar, ayudaron a avivar los conflictos económicos y políticos que desembocan en la formación de un ente llamado ISIS.
Quizá no sea casualidad que Curtis y Godard hagan uso de las grandes letras de colores para su montaje. Tampoco es casualidad la manera en que los documentales de Adam Curtis quieren parecerse las Historia(s) del Cine de Godard.
Y sucede, claro está, el mismo año en que Robert Zemeckis ambientaba el futuro en su trilogía de películas casi propagandísticas, un futuro en el que las Pepsis vendrán servidas por Ronand Reagan y el Ayatolá Homeinni y se viaja a una serie de pasados, en los cuales es imprescindible la administración neoliberal de Reagan.
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