El término earworm, que en castellano se suele traducir como «gusano auditivo», se refiere a las músicas pegadizas que no te puedes sacar de la cabeza. Un gusano auditivo no es más que una canción/melodía que se repite en tu mente una y otra vez, un fenómeno bastante habitual que el filósofo y musicólogo Peter Szendy denomina también «obsesiones auditivas» o «himnos íntimos» —el término oficial es «imaginería musical involuntaria» (Involuntary Musical Imagery, INMI). Se trata de sonidos que nos acosan, que nos atrapan sin intención de dejarnos ir jamás, como si fuesen una especie de fantasma musical que acecha nuestro oído interno.
Según el neurólogo Oliver Sacks, el término «gusano auditivo» fue usado por primera vez en los años ochenta y es una traducción literal del alemán Ohrwurm. Ohrwurm significa tijereta. El hecho de que este insecto tenga en alemán un nombre relacionado con la oreja se debe a que antiguamente se utilizaba para tratar enfermedades del oído. En alemán, Ohrwurm significa además «melodía pegadiza».
Los científicos no tienen claro por qué algunas canciones tienden a atascarse en la cabeza más que otras; todas las canciones son gusanos auditivos en potencia. No obstante, el problema se agudiza con los temas sencillos con melodías alegres y ritmos muy repetitivos o algo inusuales. A veces se trata de canciones que nos gustan, otras veces de canciones que nos resultan indiferentes o que incluso odiamos.
Quizá lo más curioso de este tipo de repetición automática es, como explica Sacks —quien prefiere hablar de «gusano cerebral»— que no sucede con nada más: «Que yo sepa no ocurre con escenas visuales, ni con palabras, a no ser que estén vinculadas a una melodía, a la letra de una canción. Se trata de una forma especial de imaginería musical involuntaria».
Theodor Reik escribe en 1953 un libro, titulado The Haunting Melody: Psychoanalytic Experiences in Life and Music, en el que relaciona los gusanos auditivos con pensamientos y deseos reprimidos que nos acorralan, como si se tratase de subtextos disfrazados de melodías banales. Esta teoría claramente psicoanalítica (Reik es discípulo de Freud) es una de las primeras explicaciones que se dan a los gusanos musicales, un fenómeno que a día de hoy seguimos sin saber cómo y por qué se produce.
El profesor James Kellaris, de la Universidad de Cincinnati, afirma que «algunas canciones tienen propiedades análogas a histaminas que hacen que nos pique el cerebro» y «la única manera de rascar un picor cognitivo es repetir la reprochable melodía en nuestra cabeza». Curiosamente, Kellaris afirma que sus investigaciones han demostrado que las mujeres son más propensas a sufrir gusanos auditivos que los hombres, y que los músicos son más propensos que los no músicos [BBC News].
Otra investigadora que ha estudiado el tema —Lauren Stewart, del programa Music, Mind, and Brain de la Universidad de Londres—, explica que están «trabajando con la hipótesis de que la gente tiene gusanos auditivos en concordancia, o para cambiar, su estado actual (…) Quizá te sientes vago y tienes que ir a buscar a tu hijo a clase de baile, así que aparece en tu cabeza un gusano auditivo divertido» [The New Yorker]. Esta conjetura surge del hecho de que muchas veces los gusanos auditivos aparecen sin que estemos escuchando música.
Aunque la teorización sobre este fenómeno es muy reciente, su presencia en la literatura y la cultura popular es constante desde mediados del siglo XIX. En 1845, Edgar Allan Poe escribe en su relato El demonio de la perversidad (The Imp of the Perverse):
«Es bastante común que nos fastidie el oído, o más bien la memoria, la carga de una canción ordinaria o algunos fragmentos mediocres de una ópera. El tormento no será menor si la canción es buena, o la melodía de la ópera meritoria».
Mark Twain escribe 31 años después, en 1876, otro relato que se suele citar como ejemplo del fenómeno de los gusanos musicales, aunque lo cierto es que el texto no habla en ningún momento sobre música. La historia, titulada Una pesadilla literaria (A Literary Nightmare, más tarde reeditada como Punch, Brothers, Punch!), se centra en una pequeña rima que el escritor no se puede sacar de la cabeza. A pesar de que Twain no habla sobre una canción, el texto es interesante porque lleva el concepto del gusano auditivo al ámbito de lo viral.
Twain explica que lee la rima en cuestión en un periódico y que inmediatamente se siente como poseído, se le mete en el cerebro hasta tal punto que no es capaz de hacer nada; ni comer, ni escribir, ni dormir… Está infectado por ella. Como diría William S. Burroughs, el lenguaje es un virus. Dos días después, con la rima todavía en la cabeza, Twain queda con un amigo y es incapaz de hablar. El amigo le pregunta si le pasa algo y Twain contesta, como hechizado, con un verso de la rima.
El amigo se muestra cada vez más desconcertado ante las palabras de Twain, quien se limita a repetir la rima una y otra vez, y termina diciéndole: « ¡Qué rima tan cautivadora! Es casi música. Fluye de una manera tan agradable que prácticamente me la he aprendido. Recítala una vez más, seguro que entonces ya me la sé».
Twain recita los versos un par de veces más y el amigo los repite en alto hasta aprendérselos de memoria. Cuando consigue repetirlos exactamente, la rima desaparece de la mente de Twain y este es capaz de volver a pensar, a hablar. Se ha curado del virus.
Después de un rato, Twain se da cuenta de que su amigo tiene la mirada perdida y parece inconsciente. El amigo suspira y repite la rima. Está contagiado. El virus solo se cura al transmitirlo a otra persona.
Twain vuelve a ver a su amigo tres días más tarde. Está pálido, agotado, echo trizas: «[la rima] me ha atormentado como una pesadilla, día y noche, hora tras hora, hasta este mismo instante». Twain se lo lleva a la universidad y hace que descargue la rima en los «oídos entusiastas de los pobres e incautos estudiantes». El texto termina con una frase que hace referencia directa a lo viral: «Si te encuentras con esas crueles rimas, evítalas. Evítalas como evitarías una peste».
Twain caracteriza a su gusano auditivo como si se tratase de una grave enfermedad infecciosa, augurando la literatura ciberpunk de finales del siglo XX: virus mentales, contagios neuronales, malware cerebral, memes…
A finales de los años 50, Arthur C. Clarke escribe otro relato titulado La melodía definitiva (The Ultimate Melody) en el que un científico intenta condensar la fórmula de la música pegadiza en una única melodía: «Gilbert estaba seguro de que una gran melodía, o una canción de éxito, dejaba huella en la mente porque encajaba de alguna manera con los ritmos eléctricos fundamentales del cerebro».
Gilbert, el protagonista de la historia, acaba creando una melodía tan pegadiza que después de escucharla cientos de veces en bucle entra en un trance irreversible: «Giraría y giraría para siempre, arrasando los demás pensamientos. Todas las melodías empalagosas del pasado serían meros recuerdos comparados con ella. Una vez grabada en el cerebro, y distorsionadas las formas de onda circulares que constituyen las manifestaciones físicas de la propia consciencia, sería el fin».
Clarke ofrece en este texto una descripción perfecta de los gusanos musicales: «Llegan de la nada (…) te atrapan de modo tan absoluto que simplemente no te los puedes sacar de la cabeza, dan vueltas y vueltas durante días. Y después, de repente, vuelven a desaparecer».
Hay otros muchos ejemplos de gusanos auditivos literarios, pero también es interesante la presencia que han tenido durante los últimos años en otros medios, como las series de televisión.
En un episodio de Seinfeld titulado «The Jacket» (1991), George entra en casa de Jerry cantando «Master of the House» del musical Los miserables. Cuando Jerry le pregunta por qué está cantando eso, George le contesta que fue a ver el espectáculo la semana anterior y que desde entonces no se puede sacar la canción de la cabeza: «La canto una y otra vez (…) no lo puedo controlar (…) se está adueñando de mi vida». Estas palabras subrayan la imposibilidad de dominar al gusano, exactamente igual que en las historias de Twain y Clarke.
Jerry explica a George una anécdota sobre el compositor Robert Schumann, quien al parecer se volvió loco porque no podía sacarse de la cabeza la nota La. Aunque no existen evidencias claras de la causa de la muerte de Schumann, es cierto que tenía algún tipo de dolencia que le hacía escuchar una nota sostenida, no se sabe si a causa de sufrir tinnitus o a raíz de sus problemas mentales. Una de las teorías más plausibles sobre su muerte es que tenía un tumor cerebral, probablemente un meningioma, un tipo de tumor usualmente benigno que puede provocar alucinaciones auditivas musicales.
En cualquier caso, George no termina loco, simplemente se deshace del gusano inesperadamente contagiándolo a alguien que lo escucha, lo mismo que sucede en la historia de Twain. Este tipo de trama se ha repetido durante los últimos años en tres series de dibujos animados que han llevado los gusanos auditivos un paso más allá, al terreno del humor literal.
En 2003, en un episodio de El laboratorio de Dexter titulado «Head Band», Dexter y su familia se contagian de un extraño virus que les hace repetir una y otra vez la misma canción. Dexter explica a su hermana: «Estás infectada por el virus Boy Band». El virus en cuestión está dentro de la oreja, y consta de cinco microbios de aspecto diverso que solo dejan de cantar su gran éxito cuando uno de ellos decide separarse de la banda y probar suerte en solitario. Esa carrera en solitario, como todos sabemos, nunca funciona, así que es tanto el fin del grupo pop como el fin de su poder viral.
En 2010, Bob Esponja se enfrenta en el episodio «Earworm» a un gusano auditivo tanto en sentido figurado como textual. Bob Esponja no puede dejar de repetir una y otra vez una pegadiza canción llamada Musical Doodle. Su obsesión escala hasta tal punto que compra el disco y lo escucha en bucle obsesivamente sin poder dormir. Al día siguiente, Bob es un zombie a medio camino entre el agotamiento que describe Mark Twain y el trance en el que se ve sumido el personaje de Arthur C. Clarke.
Cuando la ofuscación de Bob llega prácticamente a la psicosis, Arenita lo examina y le dice: «Justo lo que pensaba, sufres de una condición conocida como gusano auditivo. Cuando tu cerebro se queda atascado en una melodía pegadiza eres susceptible de sufrir una infección de gusano auditivo». Al contrario que en El laboratorio de Dexter, el virus de Bob no es un microbio, es literalmente un gusano que se ha instalado en su oreja. Es un virus al mismo tiempo que un parásito.
El parásito alojado en el oído de Bob no se puede eliminar directamente, podría dañar su cerebro, así que la única manera de echarlo es encontrar una canción más pegadiza que le haga olvidar Musical Doodle, un remedio que también se suele recomendar en la vida real. Tras varios intentos fallidos, consiguen expulsar al gusano no con una música pegadiza, sino con una música insoportable. El parásito se elimina con un parásito mayor. Al final del episodio sucede lo que sucede con todos los parásitos, que abandonan un huésped para instalarse en otro. Los gusanos auditivos, además de ser pegadizos, son contagiosos.
Un año después de este episodio de Bob Esponja, Historias Corrientes emite un episodio titulado «This is my Jam» que trata el mismo tema. Mordecai y Rigby encuentran un casete viejo con la típica canción del verano insoportable. Rigby pone el casete pensando en qué quizá les traiga recuerdos y lo saca enseguida diciendo que es una canción penosa. El problema es que Rigby se queda con el tema atascado en la cabeza y no puede dejar de cantarlo.
La primera solución que intenta Mordecai es hacer olvidar la canción a Rigby usando otra canción, como en el caso de Bob Esponja. No funciona. La siguiente opción es escuchar la maldita canción entera para que el cerebro pueda pasar página. Cuando termina el casete, el resultado es incluso peor, Rigby empieza a hablar con la melodía de la canción; el virus afecta a su lenguaje, a la estructura lógica de su mente. Los siguientes intentos de olvido son con agua, ruido y violencia física. Nada de eso surte efecto, Rigby se convierte en una especie de altavoz de carne y hueso que emite la canción perpetuamente. Está poseído por el gusano auditivo, le roba su mente, su voz, sus sueños; lo consciente y lo inconsciente.
Rigby tiene una pesadilla en la que se introduce la mano en la oreja y saca el casete de su oído interno. Cuando se despierta a la mañana siguiente, Rigby ya no tiene la canción en la mente, pero el casete se materializa en la habitación: «La canción ha salido de tu cabeza y se está manifestando de manera física». Aquí la manifestación física no es ni un virus ni un gusano, sino la forma física de la música, el casete.
Cuando Rigby se da cuenta de que no puede tocar el casete y grita que es un fantasma (la idea de una canción del verano, un fantasma del pasado, que vuelve para atormentarte tiene mucho de hauntológico), Mordecai responde: «No es un fantasma, es simplemente música. No puedes tocar la música, pero la música te puede tocar a ti» (en inglés, touch, con el doble sentido de «tocar» y «conmover).
Finalmente, deciden que la única manera de terminar con la tortura es escribir la canción más hortera y pegadiza del mundo. Solo consiguen su objetivo tras darse cuenta de que para que una canción sea pegadiza lo básico es el ritmo. La conclusión es similar a la del episodio de Bob Esponja y el de El laboratorio de Dexter, pero aquí en vez de sustituirse un huésped por otro lo que se sustituye es el parásito.
Esta idea de la sustitución de un parasito y/o un huésped por otro es recogida por Szendy, quien afirma que las «melodías hechizantes» son propensas al «intercambio». En nuestra mente, un gusano auditivo se intercambia por otro, pero también se intercambia en el sentido de que en realidad es una representación de otra idea (pensamientos ocultos o secretos) y, por último, se intercambia entre una psique/alma/memoria y otra, como si circulase libremente por la inteligencia colectiva [Culturethèque].
En La sombra de una duda de Alfred Hitchcock (Shadow of a Doubt, 1943), la joven Charlie no puede sacarse de la cabeza el «Vals de la viuda alegre», que en la película actúa al mismo tiempo como representación de un secreto inconfesable y como intercambio entre psiques: «A veces se me mete una melodía en la cabeza de esa manera y pronto escucho a otra persona tararearla. Creo que las canciones saltan de cabeza a cabeza». Si un gusano salta de cabeza a cabeza, y con él el pensamiento oculto que encierra, estamos hablando de sublimación y conciencia colectiva, pero también del peligro de que la conciencia individual se convierta en viral, salga a la luz.
En este ejemplo, el gusano auditivo alude a la identidad secreta del tío Charles (asesino en serie de viudas), pero sobre todo sirve para subrayar la conexión entre Charles y su sobrina Charlie, que va mucho más allá de la comunicación verbal y gestual. La propia Charlie lo explica diciendo: «Imagínate que piensas en algo y que ese algo es sobre alguien con quien estás en sintonía. Entonces, a muchos kilómetros de distancia, esa persona sabe qué estás pensando y te responde. Y es todo mental». Aunque Charlie no está hablando de algo intrínsecamente musical, hace referencia a la resonancia entre cuerpos («someone you’re in tune with») y a la idea del intercambio entre psiques que plantea Szendy.
No obstante, en todas estas historias el gusano auditivo es mucho más que un intercambio, es un ente peligroso capaz de enfermar física y mentalmente no solo a su huésped, sino a todo un colectivo, amenazando lo comunal. Esta concepción, vinculada ya por Twain al espectro (palabra que significa tanto figura fantasmal como imagen gráfica de un sonido) y al virus, es recogida tanto en las teorías de Reik como en las de Szendy, quien habla de melodías que nos acechan y virus que se multiplican —una caracterización a medio camino entre la novela gótica y el ciberpunk que entronca con el concepto de la nueva carne. Los gusanos auditivos son el «audiodrome», una transmisión que altera la percepción del oyente provocando cambios, o incluso daños, cerebrales.
Un artículo del compositor y escritor Vadim Prokhorov publicado en The Guardian afirma que «el gusano musical funciona como un virus, conectándose a un huésped y sobreviviendo a base de alimentarse de la memoria de este», una descripción que parece sacada directamente de la trama de una película de David Cronenberg.
Los gusanos auditivos no infectan exclusivamente la «carne», su origen es tan musical como tecnológico. El gusano auditivo surge de la máquina (el reproductor de mp3, el televisor, la radio…), se transmite a través de la máquina y termina en la máquina, contagiando a otras melodías, reproduciéndose y multiplicándose tanto en nuestras mentes como en todo tipo de dispositivos audiovisuales. Es un parásito transmediático|transhumano|cíborg que genera una retroalimentación simbiótica inestable entre el reproductor, la conciencia individual y la inteligencia colectiva.
La rima contagiosa de Twain —anterior a la invención del fonógrafo— surge del periódico, de la imprenta, el primer medio de comunicación de masas. Otras historias hablan de la cinta de casete o del tocadiscos. El transmisor del gusano es retratado a menudo como una especie de emisora de radio o televisión, o una antena, mientras que el receptor es un dispositivo, cibernético, que capta la señal viral. Sin embargo, no suele ser un receptor pasivo, un mero sintonizador; en cuanto acoge al gusano se transforma en emisor, intercambiando su papel.
Cuando un receptor entra en resonancia con el gusano auditivo, sus capacidades se expanden a otro espacio, como una cuerda que cuando recibe una frecuencia que la hace vibrar contagia a todas las cuerdas de su entorno —o, yendo más allá del espacio y el tiempo, como un entrelazamiento cuántico.
El entrelazamiento cuántico no deja de ser el fenómeno al que se refiere Charlie en la película de Hitchcock: partículas, en este caso personas, con un misterioso vínculo que permite que se comuniquen aun estando separadas por kilómetros, o años luz. Einstein bautizó este fenómeno físico como «acción fantasmal a distancia», Charlie se refiere a él como «telepatía». Otra vez entramos en el terreno de lo espectral.
Una de las definiciones de espectro es «imagen de una persona muerta», es decir, algo inmaterial que adquiere algún tipo de forma, quizá de ahí que la representación gráfica del sonido se llame espectro. En cualquier caso, lo espectral pertenece a un terreno ajeno a lo corporal, por lo que resulta altamente inquietante que los gusanos auditivos sean al mismo tiempo espectros y parásitos. Los espectros ocupan espacios, los parásitos ocupan cuerpos. Cuando un espectro ocupa un cuerpo, hablamos de posesión, no de parasitismo. Sin embargo, el gusano auditivo se adhiere a ambos conceptos.
Podríamos llegar a la conclusión de que un gusano auditivo es el gran, y quizá el único, espectro parásito.
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