Esta mañana me comentaban que la sensación que deja el Mira es más de desconcierto que de cualquier otra cosa, quizá porque mezcla músicas electrónicas que no tienen mucho que ver entre sí en muy poco espacio (físico y temporal), o quizá porque no acabas de entender muy bien si se trata de un festival de artes visuales, de una muestra de tecnología y diseño o de una deslocalización de la sesión de discoteca de sábado.
El Mira se define a sí mismo como «Live Visual Arts Festival», pero a la hora de la verdad es difícil entender de qué trata exactamente. Las dos charlas iniciales del jueves en el Arts Santa Mònica giraban en torno al new media, una a modo de introducción (aunque más que una introducción fue un catálogo de lo que se está haciendo ahora mismo) y otra como exposición del trabajo de un creador/programador. Más allá del interés que pudiesen tener, a mí me dejaron enseguida un tanto desubicada, porque daba más la sensación de estar en unas jornadas sobre nuevos medios y software creativo que sobre nada relacionado con lo que prometía la etiqueta con la que se autodefine el festival.
A veces es complicado trazar una frontera clara entre ciertas disciplinas, y obviamente puede ser mucho más interesante hablar del new media en general que del directo audiovisual en particular, pero cuando acto seguido te encuentras con una mesa redonda con tres personas del mundo de la publicidad/diseño y un representante de una empresa de impresoras, proyectores, etc. que está ahí solo para hablar de sus productos empiezas a preguntarte qué lógica hay detrás de todo esto.
Lo único destacable de los directos audiovisuales de ese primer fin de semana fue Paul Prudence, quien en esta ocasión no ofreció nada especialmente interesante, pero al menos fue el único con cierto discurso más allá del tópico «hago música electrónica y pongo imágenes de cualquier cosa para que la gente no se aburra demasiado».
De la noche del viernes en Fabra i Coats solo salvaría a Byetone y Óscar Mulero & Fium: Biolive. A Byetone lo he visto decenas de veces y ya no es lo mismo que hace diez años, pero es muy consciente de lo que hace y por qué lo hace y yo soy muy de minimal y noise. Óscar Mulero & Fium: Biolive fue el otro único ejemplo de la noche que se alejó de las manidas sesiones DJ/VJ de cualquier fin de semana en cualquier club (que pueden tener todo el atractivo del mundo, pero en un festival de artes visuales uno espera algo menos trillado).
Evian Christ me pareció muy mainstream, y aunque los visuales en un primer momento tenían cierto atractivo enseguida se convirtieron en algo excesivamente previsible y efectista. Luke Vibert fue como tener una pesadilla con los primeros noventa, aunque supongo que para nostálgicos de cierto acid house pudo tener su atractivo.
El sábado seguimos con la misma tónica, pero con más gente que no sabía si mirar o ponerse a bailar. Lo único que me gustó fue Clark. Fue lo más contundente, tanto a nivel sonoro como visual, aunque a ratos optase por algunos cambios un poco deshilvanados.
En lo que se refiere a instalaciones, nada especialmente destacable. The Cave prometía, pero como instalación inmersiva no está muy conseguida, en parte porque es complicado conseguir sumergir al espectador en otro mundo utilizando un artefacto tan pequeño, y en parte porque el montaje no estaba muy cuidado. Estaba preparada para cuatro personas, cuando hubiese tenido mucho más sentido para una sola que pudiese colocarse justo en el centro, y además se le veían demasiado las costuras (es difícil sumergirse en otra realidad cuando estás viendo el papel celo con el que está pegada).
Maotik presenta Omnis, que era la otra instalación estrella que funcionaba al mismo tiempo como actuación en directo, es un ejemplo más de cómo en las instalaciones interactivas suele haber mucho más trabajo tecnológico que artístico. Un beatboxer con un guante interactivo electrónico que controla los visuales tiene sus complejidades técnicas, pero en este tipo de piezas casi siempre terminas teniendo la sensación de que se han preocupado mucho más por la herramienta que por el contenido, y eso nunca debería ser así; con el problema añadido de que los visuales de esta pieza en concreto tiran de un tipo de estética digital abstracta que estamos hartos de ver en todas partes.
Al final uno puede terminar con la sensación de que igual es que la música electrónica y el arte digital no dan para más que esto (pero sabemos que eso no es cierto) o que los festivales pequeños optan por este tipo de propuestas para atraer a más público y poder sobrevivir. En cualquier caso, yo eche de menos propuestas más experimentales, originales o arriesgadas, que es precisamente lo mismo que echo de menos en festivales como el Sónar, que han terminado por eliminar prácticamente lo más experimental en aras del espectáculo de masas.
Por otro lado, por mucho que nos guste el espacio de Fabra i Coats, organizar un festival que se basa en el directo audiovisual en una sala llena de columnas es obviamente problemático, sin olvidar algunos detalles logísticos mejorables, como que no haya ni un triste sitio donde sentarse, ni para cenar, o que los puestos de comida no estén colocados en el mismo sitio que los de bebida y solo vendan tickets en la barra de bebidas, por lo que terminas antes saliendo a comprar un bocadillo al bar de enfrente, que además es más barato.
El Mira es un festival bastante reciente, y espero que le quede mucha vida por delante, pero lo que me gustaría realmente es que este tipo de festivales de arte electrónico se olviden de una vez del Sónar, que dejó de ser hace tiempo un festival de «música avanzada y new media art» y empiecen a fijarse en la Transmediale o en el Sonic Acts.
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