Pensar las cosas gracias a tus amigos. Cuando comienza El Caballo de Turín pienso en dos cosas (contiene spoliers). Lo primero la introducción del blog animalista de ElDiario.es, El caballo de Nietzsche, que parte de la misma anécdota que la película en la que el filósofo se abalanza sobre un caballo maltratado para que dejen de golpearlo antes de perder la razón para siempre.
Podemos pensar, como escribió Milan Kundera en La insoportable levedad del ser, que en aquel momento Nietzsche pedía perdón al caballo en nombre de la humanidad, en nombre de Descartes. Queremos pensar que le pidió perdón porque la humanidad, al construir su relación con los animales, eligiera a Descartes frente a, por ejemplo, Pitágoras. Porque se apoyara en Descartes y no en Pitágoras para interpretar el “dominio” que, según el Génesis, Dios otorgó a los humanos sobre los demás animales.
Como aclaraba este texto y como declara esta película, ésta no es solo lo pérdida de la razón de un hombre, sino el final de la civilización basada en la ilustración y la tradición, así como un principio icónico desde el que pensar una política no basada en el racionalismo que nos declara superiores a los animales “por naturaleza”.
Hablando de este blog con un amigo, este me dice que el animalismo es la vanguardia de la política. Me quedo con esto, durante un rato “El animalismo es la vanguardia de la política”, mientras el caballo de Turín avanza durante unos 5 minutos.
Así que según avanza un poco más la película me salta otra referencia, un libro que me habían prestado el día anterior. El libro se titula Caliban y la bruja, y aún no he podido leerlo completo, aunque con la versión en PDF ya no hay excusa. En una parte del libro se puede leer lo siguiente:
De este modo, el diferencial de poder entre mujeres y hombres en la sociedad capitalista no podía atribuirse a la irrelevancia del trabajo doméstico para la acumulación capitalista —lo que venía desmentida por las reglas estrictas que gobernaban las vidas de las mujeres— ni a la supervivencia de esquemas culturales atemporales. Por el contrario, debía interpretarse como el efecto de un sistema social de producción que no reconoce la producción y reproducción del trabajo como una actividad socioeconómica y como una fuente de acumulación del capital y, en cambio, la mistifica como un recurso natural o un servicio personal, al tiempo que saca provecho de la condición no-asalariada del trabajo involucrado.
En la película vemos al caballo siendo caballo, durmiendo caballo, tirando del carro como el caballo que esa diferenciación razón/naturaleza le ha impuesto. Luego veremos a la hija sirviendo, vistiéndose con una ropa bien distinta a la del hombre, realizando otras tareas y siendo parte de la naturaleza por la que debe ser dominada. Sólo la hija siente compasión por el animal, se podría decir que su papel es casi el mismo. En algún momento de la película, lo será.
Así el padre corta madera, ella lava la ropa, el caballo tira del carro. Todos ejecutan como pueden su función, mientras pueden, hasta que la civilización desaparece.
Pero este final de la civilización, esta desaparición de todos “ellos” no es, como pudiera parecer, un funeral triste. El ataúd en que se encierra la razón no es ya descerebrado, burlón, transgresor, transfuga, tendencioso. El ataúd que viene a apagar la luz de la ilustración para recordarnos que estábamos equivocados es el espacio para una nueva política, para unos nuevos valores.
Puede que, como nos llevan recordando tanto tiempo, esta crisis (sistémica la llaman) que ha capitalizado y precarizado nuestro tiempo, esté precarizando también nuestros afectos. Nos desintegra, nos desarena, como la ruinas de la ciudad de esta película.
Pero, cuando la última luz se apague, podremos “oír” los cuerpos. ¿Que sucedería si hubiésemos prestado atención a esos sonidos antes de que se apagase el petróleo del quinqué? ¿Que hubiera pasado si no hubiésemos golpeado a nuestro caballo? ¿Que hubiese pasado si no hubiéramos maltratado a nuestras hijas? Aquí la luz no se ha terminado de apagar.
¿Que pasaría si pudiéramos pensar otra manera de hacer las cosas desde lo que suena antes de que llegue el silencio? El silencio, ya se sabe, es el sonido de la represión. Cuando reclamamos silencio, sin saberlo, estamos solicitando la ejecución del poder, del nuestro sobre el de los otros, de la policía, de lo policial que llevamos escrito en la espalda.
¿De que cantidad de sonidos nos podemos hacer cargo?
Vamos a plantear una hipótesis, que se desarrollará en otro lugar, con más espacio y con más tiempo. Pensemos el sonido y el ruido desde un punto de vista material, como vibración si se quiere, medido en decibelios que pueden ser incluso monetarizados. A tantos decibelios, mayor la multa, mayor el precio de la licencia, mayor el precio del altavoz. Vamos a quedarnos con esa relación exigua entre dinero y decibelio.
En este sentido, cada cual, podría poseer, comprar, regalar y hacerse responsable de una “cantidad material” de sonido, una cantidad de vibraciones. No digamos ya de un monto cultural o social, digamos, ahora mismo, sólo material.
Ahora demos la vuelta. Pensemos estas actividades propias de la economía desde el punto de vista sónico, aural, del que escucha. ¿Poseer sonido? ¿Poseer vibración? ¿Derecho de la propiedad de la fuerza vibratoria? Sin extendernos mucho en esto se hace evidente que estas actividades no funcionan correctamente con lo que suena. Uno no puede poseer los db, no digamos ya el sonido y menos aún puede hacerse responsable de todos los sonidos que emite, porque para ello, deberíamos vivir en una cabaña, como la del caballo de Turín. Cada pequeña actividad en nuestro esquema produce toneladas de decibelios. Cada envoltorio de las cajetillas de tabaco, cada tecla del ordenador; todo se manufactura en ruidosas fábricas. En una escala global no dejamos de hacer ruido en ningún momento, ni siquiera cuando dormimos arropados por la calefacción o el aire acondicionado.
Como decíamos arriba, la recomendación se hace a veces tan importante como el método. Ser profesional de esto, tomarse en serio no ser de verdad un profesional. De repente, se hace evidente que no vamos a pensar nada nuevo por la vía oficial.
La resonancia, la expansión de las ondas, más allá de esta monetarización del decibelio que nos permite pensar el sonido de manera policial, cuantificable y “racional”, esa resonancia, nos habla de otro espacio social, en el que no funcionan los tapices, ni las paredes, un espacio que nadie posee, pero del que todos y todas son responsables. En ese espacio es necesario aprender más de los que nos rodean, estar más atentos. En este espacio, tan real como aquel desde el que pensamos la ciudad, lo civilizado, nos habla de una riqueza y una sobreabundancia de sonidos que no se pueden frenar como se frena el paso, como se delimitan las propiedades. El ruido salta los cercados y desde ahí, quizás también podamos comenzar a pensar esto nuestro de otro modo.
¿Como hacer esto? Bueno, en eso consiste andar a tientas.
Atraído por la hermosa película de Béla Tarr, y todavía más por la presencia del magnífico libro de Silvia Federici, decido leer esta entrada.
Y qué me encuentro? Una reflexión interesante; o varias.
Me llamó la atención la afirmación: «El silencio, ya se sabe, es el sonido de la represión. Cuando reclamamos silencio, sin saberlo, estamos solicitando la ejecución del poder, del nuestro sobre el de los otros, de la policía, de lo policial que llevamos escrito en la espalda.»
También se podría decir que el ruído es el sonido de la opresión. Aunque quizá esté diciendo lo mismo. El poder, la policía, ejerce el ruído para que el otro (sobre quien se ejerce la represión) acate el silencio.
Entonces, por qué no convertimos el silencio, nuestro silencio, en un arma poderosa, de desobediencia. Démosle a esto también la vuelta: que el silencio de la represión se transforme en el silencio contestatario. Esto conecta con otra afirmación posterior: «Cada pequeña actividad en nuestro esquema produce toneladas de decibelios. Cada envoltorio de las cajetillas de tabaco, cada tecla del ordenador; todo se manufactura en ruidosas fábricas. En una escala global no dejamos de hacer ruido en ningún momento, ni siquiera cuando dormimos arropados por la calefacción o el aire acondicionado.»
Entonces el silencio conecta con las alternativas de consumo, el consumo responsable o el decrecimiento. Conecta con las huelgas. Conecta, en definitiva, con la protesta legítima, crítica y activa.
En una primera lectura me parecía polémica la primera de las afirmaciones que cito. Pero finalmente pienso que el texto conecta bastante bien con lo que digo. Ambos invertimos los valores; los del silencio. Como el personaje del segundo vídeo de A torinói Ió. Como Nietzsche. Creo.
Muchas gracias por tu comentario Iago. Bueno, primero tengo que decir que de Nietzsche se muy poco, y por esto, quizás hayas encontrado cosas en la película que se refieren a su trabajo que yo he relacionado muy libremente con mis intereses, como puede leerse.
Aprecio mucho el cruce de esas dos reflexiones.
-La primera es parca, por no entrar en la cita la dejé sin explicar.
Por poner ejemplos prácticos, al torturado se le silencia, al que protesta se le hace callar. Puede que esto se haga con ruido, efectivamente. Como dices, es parte de la misma cosa, pero en cualquier caso, creo que el que oprime busca más a un súbdito callado que uno ruidoso.
Aunque, como sabemos, se puede aprovechar el ruido mediático y la confusión para mantener la opresión.
– La segunda es simplona, cierto, porque es una idea sin terminar de desarrollar.
Pero como has visto hay una relación entre ellas. La relación, pienso, no está tanto en la polémica oposición entre los grandes términos de ruido y silencio, sino entre actitudes de escucha o incluso actitudes personales o políticas frente a lo que se escucha.
Escuchar a quien no puede hablar, separar el ruido de la información en determinados contextos para tomar decisiones con respecto a ello, limitar la cantidad de sonidos que producimos, escuchar el espacio público para poder pensarlo de otro modo…
En este sentido, usar el silencio como modo de resistencia, como huelga, y como alternativa al consumo, para mi sería también esa actitud.
Muchas gracias por leernos y por afinarnos!
Muchas gracias a ti por la entrada y por la respuesta aclaratoria. Yo me limitaba a interpretar.
De lo que dices se pueden extraer muchas cuestiones interesantes. Y es cierto que ya lo habías especificado en el texto: «Pensemos estas actividades propias de la economía desde el punto de vista sónico, aural, del que escucha.»
Sigo leyéndoos e informándome en tan interesante web.