«El encanto del Londres moderno consiste en que no ha sido construido para durar, ha sido construido para pasar». —Londres, Virginia Woolf.
«En Londres, del siglo XVIII en adelante, los grandes relatos sobre caminar no tienen nada que ver con la abierta y alegre exhibición de la vida cotidiana y los deseos, sino con escenas nocturnas, crímenes, sufrimientos, marginados y el lado más oscuro de la imaginación». —Wanderlust: A History of Walking, Rebecca Solnit.
«Algunos de estos paseos me hicieron recorrer largas distancias, ya que el comedor de opio es demasiado feliz como para observar el paso del tiempo. Y a veces en mis intentos de navegar hacia casa, según criterios náuticos, fijando la mirada en la estrella polar y buscando ambicioso un pasaje por el noroeste antes de circunnavegar los cabos y promontorios que doblara en el viaje de ida, me he visto de repente envuelto en tal maraña de callejas, entradas misteriosas y calles sin salida que cual enigmas de la esfinge dejarían, según creo, asombrados a los más audaces mensajeros, y confundido el intelecto de los cocheros. Incluso llegué a pensar, en ocasiones, que yo era el primer descubridor de alguna de aquellas terrae incognitae, y a dudar de que constaran en los modernos mapas de Londres. Por todo esto, sin embargo, hube de pagar un alto precio en los años por venir, cuando el rostro humano sometió mis sueños a su tiranía y las perplejidades de mis pasos por Londres regresaron para asediarme mientras soñaba, con la sensación de perplejidad moral e intelectual que confundía mi razón y llenaba mi conciencia de angustia y remordimiento». —Confesiones de un inglés comedor de opio, Thomas de Quincey.
«Durante un rato siguió de cerca a una ruidosa banda formada por diez o doce personas; pero poco a poco sus integrantes se fueron separando, hasta que sólo tres de ellos quedaron juntos en una calleja angosta y sombría, casi desierta. El desconocido se detuvo y por un momento pareció perdido en sus pensamientos; luego, lleno de agitación, siguió rápidamente una ruta que nos llevó a los límites de la ciudad y a zonas muy diferentes de las que habíamos atravesado hasta entonces. Era el barrio más ruidoso de Londres, donde cada cosa ostentaba los peores estigmas de la pobreza y del crimen. A la débil luz de uno de los escasos faroles se veían altos, antiguos y carcomidos edificios de madera, peligrosamente inclinados de manera tan rara y caprichosa que apenas sí podía discernirse entre ellos algo así como un pasaje. Las piedras del pavimento estaban sembradas al azar, arrancadas de sus lechos por la cizaña. La más horrible inmundicia se acumulaba en las cunetas. Toda la atmósfera estaba bañada en desolación. Sin embargo, a medida que avanzábamos los sonidos de la vida humana crecían gradualmente y al final nos encontramos entre grupos del más vil populacho de Londres, que se paseaban tambaleantes de un lado a otro». —El hombre de la multitud, Edgar Allan Poe.
«Ya en la cama, antes de dormir, fantaseé sobre Londres y lo que iba a hacer allí cuando la ciudad me perteneciera. Londres tenía un sonido propio, el de la gente que tocaba los bongos en Hyde Park, pero también el de los teclados de Light My Fire de los Doors. Había jóvenes que llevaban capas de terciopelo y vivían una vida libre y centenares de negros por todas partes, así que no iba a sentirme como un bicho raro; había librerías con montones de revistas impresas sin caracteres en mayúscula y sin el engorro burgués de los puntos; tiendas que vendían todos los discos que uno pudiera desear; fiestas con chicas y chicos a los que no conocías y que te llevaban arriba para acostarse contigo; todo tipo de drogas. Ya veis, no le pedía demasiado a la vida; hasta ahí llegaban mis aspiraciones. Cuando menos, mis metas eran claras y sabía lo que quería. Tenía veinte años y estaba dispuesto a todo». —El buda de los suburbios, Hanif Kureishi.
«Me voy porque el tiempo no es bueno. Odio Londres cuando no está lloviendo». —Groucho Marx.
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