Publicado originalmente en Sulponticello este interesante texto de Ricardo Atienza, del que ya hemos hablado aquí, y que lleva tiempo trabajando en un diseño acústico que, partiendo muchas veces del arte, ordene el sonido sin recurrir al enmascaramiento. Hace poco La Casa del Sonido le dedicó un programa en el que también hablaba de asuntos similares.
Los mil y un sonidos de nuestra ciudad
Nuestras ciudades están habitadas por infinidad de sonidos de origen difuso. Infinidad de acciones componen un fondo sonoro complejo en el que a menudo flotamos sin particular atención. Estas acciones no buscan ser oídas en su mayor parte, su intención primera no es sonora. Son simplemente el resultado de una vibración, de una fricción, de un movimiento general, del pálpito de la ciudad: el motor de un coche, el roce con el asfalto, los pasos, elementos naturales como el silbido del viento, la lluvia, etc.
En esta materia en vibración podemos reconocer el color sonoro de cada lugar, aquellos sonidos que componen su ambiente característico. Probablemente no les prestemos atención pues siempre han estado ahí, son parte del lugar; sólo su ausencia o su desaparición repentina podrían sorprendernos. Pero también encontraremos sonidos accidentales, inesperados, que no persiguen ninguna función específica. Simplemente emergen sin previo aviso y se extinguen, dejando tras de sí sorpresa o desconcierto: unos frenos que chirrían repentinamente, un grito de sorpresa.
Por supuesto no todos los sonidos urbanos responden a esta naturaleza accidental. En nuestros recorridos cotidianos también están presentes las diversas formas de la comunicación sonora, buscando inducir modos precisos de atención y de reacción. La voz en primer lugar, primera herramienta humana de persuasión, seducción o incluso disuasión: al natural en conversaciones, llamadas, gritos. O amplificada, en mensajes “informativos” que ofrecen contenidos de potencial interés para los usuarios de un espacio: horarios, retrasos, situaciones de emergencia, etc. También la voz en mensajes publicitarios, intentando convencer al oyente de supuestas bondades y ventajas de un producto o de un determinado comercio. Al margen de la voz, hemos de incluir en este punto todas las señales sonoras manuales, mecánicas o eléctricas que buscan por distintos motivos captar eficazmente nuestra atención. Simples o sofisticadas, su paleta se enriquece día a día en nuestras ciudades gracias a la capacidad del sonido de transmitir intuitivamente informaciones complejas: alarmas, bocinas, sirenas, silbidos, campanas y otros muchos códigos sonoros.
En nuestras ciudades también hay espacio para el “recreo” sonoro. La ciudad alberga sonidos lúdicos y/o de voluntad estética, musical o de otra naturaleza, que buscan distraer, sorprender al paseante, llamar su atención a través de su exotismo, de su carácter extraordinario, de su presencia fuera de contexto o simplemente de la calidad de su materia sonora. Es el caso del músico que se ubica en nuestras calles, plazas y galerías de metro, buscando estratégicamente zonas de tránsito denso y resonancia propicia. O el de la inserción de elementos naturales en el tejido urbano como el agua de nuestros jardines y fuentes.
Seducción y repulsión sonora en la ciudad
Nuestras urbes también ofrecen oportunidades para la tentación sonora, para la seducción y atracción de quienes pasan por la zona de influencia de determinadas texturas sonoras. Estos nuevos cantos de sirena buscan conquistar al viandante a través de sus afinidades musicales, por ejemplo, o mediante mecanismos más refinados de captación, conscientes o inconscientes. Este tema de la seducción sonora es estudiado con particular esmero desde el ámbito comercial, como mecanismo de llamada a potenciales compradores.
Vinculado con el punto anterior, también está cobrando particular importancia la idea de utilizar el sonido como marca de identidad (“sonic branding”), como emblema de un determinado comercio o actividad, elegido en función del potencial cliente, su edad, perfil sociocultural, etc. Cada “marca”, cada negocio se reviste entonces de un determinado sello sonoro con el que busca ser identificado y en consecuencia recordado.
En este mismo ámbito comercial, el sonido ha sido tradicionalmente empleado como mecanismo de ordenación de tiempos y de ritmos, induciendo cadencias de paso, “tempi” de consumo, pulsos y flujos; un cierto “conductismo” sonoro irriga las arterias de Muzak… Por supuesto la función de estas músicas de fondo es múltiple y no se limita a la estimulación de conductas; el sonido puede actuar aquí también como perfume sensorial, “ambiental”, capaz de enmascarar cuanto no quiere oírse (en ocasiones el silencio), inducir determinados estados de ánimo e incluso promover el encuentro social. Pensemos por ejemplo en cómo opera la música de fondo de determinados cafés, restaurantes o espacios de “ambiente”.
No se agota aquí nuestra paleta sonora urbana. En el límite de lo audible hemos asistido en los últimos años al desarrollo de herramientas de dispersión sonora “anti-adolescentes”, capaces de ahuyentar los más sensibles oídos de las poblaciones jóvenes mediante el empleo de frecuencias en el extremo agudo del registro humano. O simplemente de músicas supuestamente capaces de ahuyentar a determinados sectores de edad (la mal llamadamúsica clásica en su versión más descarnada y edulcorada).
Entramos aquí en cuestiones que muestran la necesidad de una aproximación ética al espacio sonoro público, territorio aún abandonado a su suerte en términos de reflexión crítica.
¿Quién cuida de este medio sonoro complejo?
Este repertorio de sonidos urbanos no es más que un boceto de un espacio sonoro extremadamente complejo. Una ingente diversidad de formas, funciones e intenciones sonoras cohabitan en nuestras calles y plazas, sin que ningún mecanismo de regulación intervenga en este proceso.
La calidad sonora de los espacios públicos ha sido tradicionalmente entendida como una condición a priori de cada lugar, una consecuencia inevitable de las actividades que lo habitan y lo caracterizan sonoramente. Y dichas actividades serán rara vez cuestionadas en pos de un mejor entorno sonoro. Cuidar la calidad sonora de nuestros espacios públicos es todavía abordado hoy en día en términos de tratamiento paliativo –y lujoso- con el que minimizar el impacto de lo inevitable: el ruido de la ciudad, el bullicio del tráfico, el impacto de las actividades industriales, comerciales y de transporte.
Hoy ya nadie se sorprende al oír hablar de diseño visual y de iluminación de nuestras calles, o de composición de los volúmenes y fachadas que delimitan el espacio físico de nuestras plazas. Por el contrario, descubrir que esta misma reflexión compositiva puede y debe llevarse al espacio sonoro es aún fuente de sorpresa e incluso de incredulidad, como si nuestra percepción sensorial estuviera exclusivamente gobernada por la vista. Y esta sorpresa incumbe igualmente al mundo profesional: en el terreno de la concepción y promoción arquitectónica y urbana, las herramientas de simulación empleadas (3D) son aún de naturaleza exclusivamente visual, salvo rarísimas excepciones. Cuando otros sentidos logran por fin hacerse un espacio, rara vez logran superar lo anecdótico, o se presentan con un marcado carácter de manipulación comercial que poco tiene que ver con la calidad sonora del entorno estudiado.
En los últimos años, el sensible aumento del número de conflictos vinculados a la convivencia sonora ha obligado a establecer nuevos marcos normativos, más exigentes y cuidadosos. Es éste un acercamiento de carácter sancionador, que en ningún caso busca potenciar una cualidad sensorial en particular, sino simplemente regular la producción sonora para limitar en lo posible dichos conflictos. Este proceso regulador se ha traducido en la imposición a nivel europeo de unos niveles máximos de presión sonora en función de las actividades que caracterizan una zona determinada. No obstante, esta mejora normativa concierne las actividades de nueva implantación o el diseño de nuevos tejidos urbanos, teniendo un impacto muy escaso en las zonas consolidadas. ¿Qué tipo de intervenciones pueden ayudar a mejorar la calidad del espacio urbano?
Moldeando el medio sonoro urbano
Frente a problemas de saturación sonora, la respuesta más inmediata puede simplemente consistir en reducir o racionalizar la presencia de aquellas actividades generadoras de “ruido”, limitando la densidad del tráfico o su velocidad máxima por ejemplo. Por desgracia estas medidas no son siempre posibles o deseadas por quienes pueden promoverlas, siendo su rechazo una buena muestra de la importancia otorgada a la calidad sonora.
Cuando esta solución “directa” fracasa, el recurso a tratamientos físico-acústicos (absorción y/o aislamiento) puede mejorar en cierta medida las condiciones de un entorno, aunque su coste, su impacto visual y físico, y la complejidad de su puesta en obra enrarecen o dificultan su uso, especialmente en entornos urbanos exteriores. Tal es el caso de las barreras acústicas que acompañan algunas de nuestras vías rápidas urbanas, cuya presencia y eficacia es continuo objeto de debate. En la actualidad, la tendencia a densificar las tramas urbanas existentes en pos de un menor impacto ambiental (menor extensión de la ciudad por terrenos aún vírgenes) empuja a edificar en zonas en fricción con infraestructuras de transporte o industriales, por lo que la cuestión de las barreras acústicas vuelve al primer plano de la investigación acústica y urbana.
Otra familia de respuestas corresponde con lo que en investigación se denomina “enmascaramiento energético” (energy masking): ocultar un sonido molesto a través de la inserción de otro sonido de espectro similar pero de mayor intensidad. El ejemplo típico es la introducción de fuentes en entornos de saturación por tráfico. Este tipo de soluciones, eficaces pero poco sutiles, son a menudo rechazadas por los vecinos o los usuarios de una zona, al sufrir un nivel de presión sonora superior –y de mayor homogeneidad si cabe- al existente anteriormente.
La música y su capacidad de seducción y abstracción de un contexto ha sido también empleada –abusivamente a menudo– como mecanismo de distracción frente a ambientes que resultan incómodos bien sea por defecto –“silencio”- o exceso sonoro. La presencia de fondos musicales en espacios públicos, comerciales o de transporte puede hablarnos tanto del horror vacui característico de estos espacios como de la necesidad de enmascarar un fondo sonoro considerado como problemático. En aparcamientos, aeropuertos y estaciones de metro, una música descarnada –filtrada, manipulada y simplificada a un esqueleto fácilmente digerible– acompaña al viajero, buscando inducir una sensación de seguridad y de confort. En este proceso, el usuario de tales espacios carece de voz, es rara vez consultado acerca de su vivencia y opinión; el espacio sonoro se rige aún en términos de fuerza y su saturación es regla común en el espacio público.
Buscando nuevas respuestas sostenibles
En los últimos años, una nueva familia de soluciones explora lo que podríamos calificar de “diversión atencional” –en investigación ha recibido el apelativo de “enmascaramiento informacional” por oposición al “enmascaramiento energético”. Lo que se busca en este caso no es ya ocultar la fuente de ruido con un ruido de mayor intensidad aún, sino transformar el modo en que percibimos e interpretamos un entorno sonoro en su globalidad. Y ello mediante la inserción de nuevas texturas sonoras cuyo impacto –en intensidad- sea despreciable o muy reducido, pero cuya fusión con el medio sea capaz de alterar el modo en que lo percibimos. Con dichas inserciones sonoras se pretende distraer de forma sutil la atención de los transeúntes, invitándoles a fijarse en determinadas cualidades del lugar. Podemos por todo ello hablar en este caso de un tipo de respuestas “sostenibles”, aptas para contextos complejos donde necesidades y exigencias han de encontrar un punto de equilibrio.
Utilizando una imagen culinaria, el primer método –enmascaramiento energético- correspondería a ocultar la baja calidad de un alimento mediante una preparación que esconda por entero su sabor saturando el paladar. Por el contrario, el segundo –diversión atencional- actuaría como las gotas de limón sobre pescados y arroces, que potencia determinados sabores y enmascara otros…
Este segundo procedimiento de distracción sonora ha sido el objeto de tres proyectos de investigación desarrollados por el laboratorio sonoro de Konstfack, Universidad de Arte y Diseño de Estocolmo (Suecia), en colaboración con otras instituciones y empresas suecas y europeas. Todos los proyectos se han centrado en el espacio público, bien sea exterior o interior. El primero de ellos, situado en la plaza de Mariatorget, Estocolmo, propone abordar la huella sonora de un tráfico denso mediante una instalación sonora permanente que busca ofrecer zonas de descanso –que no de “silencio”. El segundo proyecto concebido para la estación Châtelet del metro de París abordó la calidad sonora de sus espacios subterráneos, en particular de sus densos y largos corredores de conexión. En uno de estos espacios, una instalación sonora temporal acompañaba al usuario en su recorrido, llamando discretamente su atención a través de texturas, acentos y desplazamientos. Por último, un tercer proyecto trasladó estas cuestiones al diseño sonoro interior de un nuevo modelo de tren de alta velocidad. El fabricante (Bombardier) buscaba nuevas respuestas al problema de un entorno ruidoso por naturaleza, más allá de los tradicionales aislamiento y absorción acústicos.
Tres proyectos que, explorando espacios y contextos muy diferentes, han permitido poner a prueba, desarrollar y evaluar estas ideas. Para ello, se han hibridado métodos de acústica y diseño sonoro con otros originados en el terreno amplio del arte sonoro y musical, incluyendo técnicas de evaluación propias de la psicoacústica. Estas experiencias nos permiten afirmar hoy las posibilidades de un campo en pleno desarrollo, donde disciplinas sonoras y espaciales van de la mano para poder por fin pensar el espacio más allá de su simple imagen visual, y su calidad sonora más allá del restrictivo concepto de “ruido”.
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