La música atrae al cuerpo como su condición vital primitiva, nos dice Pascal Quignard en su libro dedicado a Butes. Y es que este personaje secundario de la Odisea atraído por el canto de las Sirenas, se ahoga en la espuma de Afrodita. En este gesto de entrega absoluta al sonido, a la música y a la escucha, re-nace la pasión y las pasiones, que como bien dice al autor francés, preceden. Existen antes del nacer. Pasión. Sonido. Vinculados en un acto de creación de sonido y de vida. Vinculados a una escucha intrauterina, como Butes, en una escucha subacuática, en el fondo del mar.
Jankélévitch escribió: La música nos envuelve y así nos penetra porque es vasta e infinita como la mar. Éxtasis acuático de sonido rítmico y en movimiento de las olas del mar. Como el coito, cuando la respiración se demora, o el grito, o el suspiro. Una apnea que los franceses describen bien como la petite mort post-coital, una muerte suave de la conciencia y que precede al bramido. Sonido. Pasión.
En este vídeo, como las Sirenas que cantan a Ulises, nos dicen: «Ven aquí, aquí en la dulzura de la voz-miel». Nos susurran al oído, gestos sonoros que nos penetran, nos empujan a saltar, como Butes, al encuentro con las Sirenas. Saltamos. Nos zambullimos y nos encontramos, otra vez, en el líquido, amniótico. Sonidos que poseen un recorrido que como las olas de mar se repite una y otra vez. Sonidos. Entran. Salen. Apneas.
Bramidos que la industria del cine porno ha explotado bien, y que internet, como fuente pornográfica inagotable que es, crea y re-crea estos gestos y espacios amnióticos. En lugares, como este, en donde encontrar 2000 minutos de fantasias sonoras. Colecciones de bramidos, gemidos, onomatopeyas amnióticas. Aplicaciones para el móvil, que vibra, y que gime con ringtones orgásmicos. Saltar y escuchar. Cerrar los ojos. Empresas que ofrecen servicios para el oído, del ciego, sediento de líquido, marítimo. Cerrar los ojos se hace necesario, sea porque nacimos ciegos o porque fingimos serlo por momentos.
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