Hay pocas películas narrativas ‘convencionales’ (lo digo en el sentido de ‘no experimentales’, no en un sentido despectivo) en las que el sonido juegue un papel fundamental tanto a nivel de forma como de contenido. Podemos encontrar ejemplos como La Conversación, Cantando bajo la lluvia, Impacto o Eri Eri rema sabakutani. No obstante, en términos generales, el sonido en el cine suele actuar más como acompañamiento o subrayado que como entidad pura. Por decirlo en otras palabras, el sonido está al servicio de la imagen. Sin embargo, hay películas en las que de repente el sonido cobra un protagonismo inesperado, dando lugar a momentos turbadores de una belleza y un misterio prodigiosos simplemente porque amo (imagen) y esclavo (sonido) se intercambian los papeles.
Uno de mis momentos preferidos en este sentido es una escena de Bronson en la que vemos a unos policías con una cadena de música y unos altavoces en una actitud que resume la sinergia entre sonido y poder. El altavoz implica poder y sumisión, y el poder está en manos de la autoridad política, en este caso representada por el cuerpo que vela por el mantenimiento del orden. La música que suena es Sous le dôme épais, de la ópera Lakmé, ambientada en la India en la época en la que estuvo bajo el dominio del Imperio británico.
Más allá de las implicaciones de esta escena fuera de contexto, hay otras muchas lecturas que podemos extraer de ella dentro del contexto de la película. Ese sistema de sonido está ahí porque un prisionero (Bronson, el protagonista de la película) que ha secuestrado a un funcionario de la cárcel ha exigido música. El sonido es reclamado por el esclavo; el amo domina el sonido y el sonido domina el mundo, pero quien domina al amo en realidad es siempre el esclavo. Un esclavo solo es esclavo porque permite consciente o inconscientemente que alguien, o algo, ejerza un poder sobre él. Por mucho que en el contexto del cine (del cine sonoro, se entiende, que al fin y al cabo es el único que existe para el gran público) el sonido sea siempre el esclavo, la imagen sin sonido no sería nada.
Curiosamente, Bronson es un personaje real (que quizás no tiene mucho que ver con el retrato que se hace de él en la película) que en un momento llegó a ser puesto en libertad simplemente porque sus descomunales estallidos violentos entre rejas costaban demasiado dinero al gobierno británico. A veces, para tambalear el poder solo hace falta ser capaz de hacer más ruido que este.
Otra película que incluye otro de estos momentos inusitados es Perfect Sense. Perfect Sense es un drama romántico ambientado en un presente distópico en el que una epidemia va eliminando poco a poco los cinco sentidos de la población. Cuando el protagonista pierde el oído, y por ende la capacidad de escuchar, la escena pierde su banda sonora. Es el primer momento de la trama en el que, como espectadores, experimentamos la misma carencia perceptiva que el protagonista masculino.
Tras un par de escenas sonoras, la protagonista femenina pierde también su capacidad de escucha, momento en el que la película pasa a ser muda (aunque solo temporalmente, lo que quita fuerza a la idea). No obstante, lo que más me llama la atención es una escena en la que, en este mundo distópico en el que todos han perdido la escucha, el protagonista va a un concierto. Mientras suena una música no diegética a medio camino entre el drone y la reverberación del vacío, el público abraza los altavoces para sentir el sonido a través del tacto.
Si Bronson nos recordaba la relación entre sonido y poder, Perfect Sense nos recuerda la relación entre sonido y materia. El sonido es una vibración que no percibimos solo a través del oído, podemos sentirlo físicamente a través del tacto. Las vibraciones sonoras que nos rodean, provocan reacciones en nuestro cuerpo, tanto si las escuchamos como si no.
Esta escena de Perfect Sense podría servir para ilustrar ese trance extático que sufrimos cuando escuchamos cierto tipo de músicas que percibimos más a través de la piel, los huesos y los órganos que a través de los oídos (eso sí, el grupo que toca no tiene ninguna pinta de estar haciendo noise, drones ni nada parecido).
Aunque Bronson y Perfect Sense comparten la capacidad de transgredir el discurso sonoro típico establecido por el cine narrativo ‘convencional’, son dos películas que no tienen nada que ver a ningún nivel. Personalmente, Bronson me fascina y podría hablar largo y tendido sobre las relaciones que establece entre imagen y sonido/música. Por el contrario, Perfect Sense es un melodrama (en todos los sentidos de la palabra) simple del que solo rescataría ese par de momentos en los que es consciente de que el sonido cinematográfico es, o debería ser, algo más que diálogos y música. Bronson es capaz de trascender lo audiovisual y llegar a lo háptico, Perfect Sense no.
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