Publicado en El País por AURÉLIE VIALETTE
No hay revolución sin música. Y particularmente en España, donde la Historia nos recuerda hasta qué punto la música ha sido esencial en la formación de grupos de resistencia. La fuerza con la cual el pueblo español cantó su odio frente a la invasión de las tropas francesas, que entraban para imponer a Napoleón a principios del siglo XIX, podría hacer sombra a la potencia que la Marsellesa tuvo durante la Revolución Francesa. Tal es el caso también de las canciones que, al igual que los fusiles y las banderas, animaron a los soldados de la Segunda República que iban a hacer frente a los militares del general Franco en 1936. Y viceversa. La creación de una voz colectiva por el canto imponía el ritmo sonoro del acto resistente.
Sin embargo, todo esto parece haberse evaporado de la cultura de resistencia española actual. Los Indignados han olvidado o dejado de lado el combate por el canto. Desde su nacimiento, el movimiento del 15-M ha incorporado elementos organizativos que lo han definido como movimiento social de ocupación del espacio urbano: el establecimiento de tiendas de alojamiento, la organización de asambleas populares en las plazas, la teología del consenso por los signos, o bien la construcción de prácticas educativas y sociales en un entorno liberado de toda influencia hegemónica. Pero ninguna práctica colectiva del canto social. Los pocos artistas que intentaron crear himnos unificadores para el movimiento (http://www.radiocable.com/musica-15m2576.html) no se encontraron con una voz colectiva que hubiera cantado al unísono los eslóganes contenidos en los versos de sus canciones. Sin himno, la masa anónima de los Indignados perdía la posibilidad de transformarse en grupo.
Y aquí está todo el problema. La coherencia de la resistencia pasa forzosamente por la construcción de un grupo que se deja llevar y hasta dominar por un ritmo común, por un discurso cuya armonía se vuelve a encontrar en el momento mismo del acto performativo social y musical. Cantar su resistencia, cantar su deseo de cambio, es crear su presencia social, crear una cohesión. Y es, igualmente, permitir la formación de una memoria colectiva, contenida en la melodía y la letra, que perduran más allá del acto performativo.
No obstante, el mes pasado, el pueblo español salió a la calle de manera constante. Entre otras, el movimiento de los Indignados organizó una manifestación contra la deuda “ilegítima y odiosa”. Una manifestación que, de hecho, estaba convocada internacionalmente bajo el eslogan global noise y cuya idea era crear una “cacerolada mundial para un cambio global”. Los ciudadanos del mundo, cacerola en mano, unidos por el eslogan “no debemos nada, no pagamos nada” pusieron en marcha un cuestionamiento del ritmo social que los Gobiernos nos presentan como armónicos. El ruido global español no es sino el resultado de la falta de cohesión y de solidaridad social del Gobierno de Mariano Rajoy.
La búsqueda de una coexistencia democrática real, palabras clave del movimiento social de los Indignados, plantea la necesidad de reinventar este ritmo colectivo que hemos perdido a lo largo de los años, a causa de prácticas de vida capitalistas que nos han llevado hacia modos de vida cada vez más individualizados. El ruido global, a primera vista fuente de cacofonía, quizá no sea el resultado de una carencia de armonía, sino una verdadera voluntad de adquirir un lenguaje común en ruptura con las tradiciones. E incluso si el cancionero no tiene su sitio en los archivos de la memoria colectiva de la resistencia de los Indignados españoles, podemos encontrar, sin embargo, un sistema de ritmos que son el soporte de la coherencia del movimiento: la dinámica del ritmo contemporáneo deconstruido pide a los ciudadanos repensar su adhesión a los discursos de representación, y, del mismo modo, su suscripción a lo político.
Leave a Reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.