Hace poco venía en El País este pequeño reportaje-entrevista sobre Michel André y la ecología acústica submarina. Nada nuevo, pero siempre importante.
Ojos que no ven, corazón que no siente. Y oídos que no escuchan, cerebro que ni se inmuta. Es lo que pasa con la contaminación acústica de los mares. Como que no existe… Y en estas llega el ingeniero y biólogo Michel André (Toulouse, 1963) y nos abre ojos y orejas: «El smog acústico causado por los seres humanos está invadiendo todos los rincones de los océanos. En solo cien años, desde que los humanos hemos industrializado el uso de los mares, hemos roto una armonía milenaria». Ni plásticos, ni mareas negras de petróleo, ni nitratos ni fosfatos; la clara señal de alarma viene ahora desde otra banda: «Se han introducido ruidos en el medio marino sin ninguna previsión ni control. Tanto que pueden terminar con el delicado equilibrio de los mares más rápidamente que cualquier otra fuente de contaminación si no intervenimos».
A eso está dedicado en cuerpo y mente, junto con otras 14 personas, desde el Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas (LAB) de la Universidad Politécnica de Cataluña, en Vilanova i la Geltrú (Barcelona). El LAB es el centro de referencia del innovador proyecto europeo LIDO, que cuenta con una red internacional para desarrollar un sistema global de medición en tiempo real en 11 observatorios submarinos en Europa, 4 en Japón y 3 en Canadá, a profundidades de entre 100 y 2.500 metros, para vigilar todo ese desconocido maremágnum de sonidos y ruidos. André ha encontrado en los mamíferos marinos sus grandes aliados para entender el impacto. Por algo estuvo 12 años en Canarias (de 1992 a 2003) investigando la interacción entre las colonias de cetáceos y las embarcaciones.Cachalotes, ballenas y delfines han desarrollado un complejo sistema de comunicación. Pero el ruido que hemos introducido les está volviendo literalmente locos y amenaza su supervivencia. Es que ni se escuchan entre tal barullo. Los varamientos de cetáceos pueden ser un síntoma de la enfermedad. No pueden hablar entre ellos para buscar comida, pareja, orientarse, viajar, cuidar del grupo y de la prole… Son mensajeros del mal que afecta a toda la cadena alimentaria. Uno puede sorprenderse frente a los argumentos que presenta este científico, pensar que exagera. En ese caso, André muestra una web (, resultado de 15 años de investigación pionera en métodos de acústica pasiva), pincha en «listen on site» y aparece en pantalla el globo terráqueo, con los observatorios LIDO. Vamos a, por ejemplo, Sicilia. André te coloca los cascos y te transporta inmediatamente allí. El ruido que se oye en el fondo marino en absoluto es idílico y relajante, nada onda new age; resulta realmente ensordecedor. Frente a las señales emitidas por los cetáceos, los truenos de un barco que pasa, el desagradable pitido de un radar, el terremoto de una sonda de prospección. Un alivio cuando te desconectas.
Todos estos eventos acústicos están clasificados automáticamente, lo que permite a los científicos estudiar en directo la respuesta de los cetáceos. Además, unos resultados del LAB, publicados en mayo en la revista de la Sociedad Americana de Ecología, desvelan que los cefalópodos (sepias, calamares y pulpos) serían incluso más sensibles a semejante ruido.
Nació en Toulouse (Francia) hace 48 años. Lleva 20 años en las costas españolas dedicado a estudiar el impacto en los ecosistemas marinos del ruido introducido por los seres humanos. Dirige el Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas (LAB) en Barcelona.
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