Pinctaca tiene el último número de Zehar sobre paisaje. Desde la introducción en la web hablando del señor Antonie van Leeuwenhoeck, al cd con piezas de Hildergard Westerkamp, Tzesne e Iñogo Telletxea, pasando por los textos de Aitor Izaguirre, Kim Cascone, José Luis Carles (por nombrar los que he ojeado).
Zehar ha sido siempre un referente editorial, pero es que este número da en el clavo. Que ganas de que llegue la versión impresa al buzón.
Definimos el paisaje como la extensión de tierra o espacio que se aprecia desde un lugar dado. Tomando esta definición en sentido literal, toda acepción y definición de paisaje se basa inexorablemente en el sujeto que observa y el objeto que es observado. Sin esos dos elementos, pese a que el espacio permanece, no hay paisaje. Por tanto, es lícito decir que el paisaje es un constructo cultural, porque en última instancia es una manera subjetiva más de representar nuestro entorno. En ese sentido, no andaremos descaminados si decimos que durante los últimos 200 años las tecnologías que empleamos para analizar nuestro entorno han difuminado la frontera, ya vaga de por sí, existente entre realidad y representación, por una parte dando al paisaje una veracidad –credibilidad– que no le corresponde, y otras veces proponiendo ejercicios incesantes para idealizar nuestro espacio vital. Muchos de esos ejercicios han condicionado de forma irremediable la propia idea de paisaje; más aún, a menudo los hemos convertido en herramientas indispensables para comprender nuestro entorno.
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