Néstor Parrondo escribe este artículo en PlayGorund Magazine sobre cómo la música digital ha cambiado tu forma de escuchar .
El mp3, ese formato (y esas siglas) que para la industria musical simboliza la idea absoluta del mal, cumple en estos días, semana arriba o semana abajo, sus primeros diez años de uso generalizado. O más bien habría que decir sus diez primeros años de abuso (intensivo), ya que el invento data de 1987 pero no fue hasta 2000 cuando el grueso de la humanidad supo de su existencia. Creado, como el virus de Marburgo, en un laboratorio alemán por cuenta de unos ingenieros que buscaban una forma de comprimir y digitalizar el audio, la explosión del mp3 empezó a circular cada vez a mayor velocidad con el cambio del milenio gracias a la democratización de las conexiones a internet de alta velocidad y, también, a la pericia de dos niñatos estadounidenses, Shawn Fanning y Sean Parker, dos chavales revoltosos como una lata de Coca-Cola en una falla sísmica que dieron en crear Napster, un programa para intercambiar archivos de música Peer 2 Peer, o lo que es lo mismo, directamente entre los usuarios, sin intermediarios. La historia de Napster fue breve pero intensa, como un enamoramiento en transporte público. En el lapso de un año acumuló cerca de 27 millones de usuarios y terminó como el rosario de la aurora, con toda la industria discográfica, la RIIA (que es algo así como la SGAE norteamericana) y Lars Ulrich de Metallica demandando a Parker y Fanning por robo de la propiedad intelectual. La cosa, como se sabe, acabó delante de un juez. En aquellos juicios, Fanning y Parker no paraban de repetir ad nauseam un argumento: lo bueno de Napster era que estaba logrando contabilizar por primera vez y con alto nivel de acierto cuál era el volumen de música que se estaba moviendo en internet. Su argumento era que Napster podría ser el chart definitivo, una fabulosa herramienta de promoción de la música. No coló y los dos tuvieron que vender Napster para poder pagar las multas. Esta historia tuvo dos consecuencias: la primera, que ya nada ha vuelto a ser lo que fue en la esfera musical (creación, distribución, negocio, consumo); la segunda, el espectacular documental “Some Kind Of Monster” protagonizado por Metallica, cuya intención primigenia era la de mostrar al mundo lo mucho que cuesta hacer un disco y en el que se ve cómo lo único que hacen los cuatro magníficos del thrash metal es prolongar una interminable jam (de dos años) hasta que su productor cace al vuelo algún buen riff para, acto seguido, cortarlo y pegarlo en el Pro Tools. Buen trabajo, muchachos.
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