No toda la culpa del retraso de esta crítica se debe a los problemas técnicos que han tenido a la página en silencio durante un tiempo. Pero no sólo vagancia, también un poco de paciencia para hablar de una exposición, que sea o no la primera en algo (con ese dudoso mérito), se ha plantado posiblemente como la más grande y ambiciosa sobre este tema en este territorio. Quizás por ello a algunos se nos haga extraño que pese a una repercusión mediática considerable, esta no haya recogido en ocasiones toda la actividad allí desarrollada. Entiendo que por las prisas que imponen algunos medios, pocos se han podido parar a exponer que lo que el evento aglutinaba no eran sólo las esculturas e instalaciones de La Casa Encendida y La Colina de las Ciencias de Madrid, sino los trabajos de cerca de 100 personas, incluyendo teóricos, cineastas o artistas de muy distinto pelaje. Con algo más de tiempo, hemos tenido suerte de ver y oír casi todo lo que ha pasado allí.
Una vez hecho esto podría lanzarme aquí a establecer relaciones más o menos bizantinas entre la fisicidad del sonido casi inaudible de la escultura de Minoru Sato y el concierto de Jakob Kirkegaard, entre el Creciente Interés y Krapoola con la charla sobre Zaj de Henar Rivière, entre el Retruecano de Adolfo Morte y las campanas de Barber y así hasta el infinito. Y seguramente encontraría puntos de encuentro, tendencias y referentes con los que podría relatar una interpretación más que dudosa de lo que puede ser una exposición. Pero yo creo que la cosa va por otro lado.
Me parece que ciertas personas prefieren consumir la cultura de un modo más libre al de las exposición guiada y que que otras personas dedicadas a administrar esa cultura confían en sus consumidores. Me parece que muchos a estas alturas se niegan a recorrer discursos dibujados en las salas, o a escuchar y leer religiosamente historias y definiciones que se desmoronan una vez contrastadas. Y para contra-replicarme, no creo que esto implique una postura cómoda e irresponsable con respecto a la teoría y la historia; es que además de que las maneras de leer y contar han cambiado mucho en poco tiempo, puede haber personas que no tengan ningún interés en engrosar o discutir la Historia y la Teoría (esa que se escribe con mayúscula y nota a pie de página).
Pero como digo no creo que esto sean los objetivos de una exposición de este tipo. Hace más de dos meses, uno de los participantes en el evento me preguntó por el catálogo del festival, a lo que yo respondí que aquello se suponía una exposición… pero creo que él estaba bastante mejor encaminado. Creo que lo allí visto y oído tenía más que ver con un festival, dentro del cual la exhibición tenía un sentido y una función. El formato expositivo era uno más de los formatos de distribución que aglutinó ARTe SONoro, junto al los talleres, los conciertos o el cine. Y sinceramente creo que dentro de algunos de estos módulos si se establecían relaciones, aunque estas no fuesen las que esperábamos encontrar.
Pese a esto, creo poder hacer una lectura muy superficial de algunas de las obras allí presentadas para generar con ello un juicio. Para mi gusto las obras de Cartsen Nicolai y Angela Buloch tampoco han sido mis favoritas, como es el caso de las mayoría de las personas con las que he contrastado opiniones. Absteniéndome de las descripciones que se pueden encontrar en el programa, lo más destacable para mi han sido Labyrinthitis de Jacob Kirkegaard, Test Pattern [n.?2] de Ryoji Ikeda, Irregularity/Homogeneity: Emerging from the Perturbation Field de Minoru Sato, Oionos de Steve Roden, noTours El Angel: Auralidad Aumentada de Escoitar, The Phantom Carriage de Victor Sjostrom con edición de KTL, Attack on Silence de Mark Fell, Soundwalkers de Raquel Castro, Sound in Context de Jonathan Web y Ashley Wong, El creciente interés y El cuarto menguante de Krapoola, Don’t listen to the saxophones! Relentless y casi todo lo presente en Optofonic, expuesto a medias y no en las mejores condiciones en las escaleras del centro de arte.
Sin diferenciar estas obras por sus formatos, creo que si podemos relacionar algunas de ellas a partir de los puntos fuertes que han puesto de manifiesto. Por una parte Soundwalkers, Labyrinthitis y Don’t listen to the saxophones! han sido sin duda las que mejor trabajan sobre los significados de la escucha.
Ya sabemos que el discurso de Escoitar tiene esta premisa, pero su Notours se me presentó más como una colaboración con Ricardo Bellver al modo que KTL colabora con Victor Sjostrom. Quizás sin quererlo se han re-estetizado otras formas artísticas como son el jardín y la película tendiendo por casualidad, al oscurecimiento de los pasajes anodinos. Como Escoitar reconfigura el espacio, KTL reconfigura la visión.
Sound in Context y Irregularity/Homogeneity: Emerging from the Perturbation Field tambien buenos ejemplos de que los espacios de exhibición tradicionales pueden repensarse desde lo sonoro, no viceversa. En el momento en que la pieza de Sato podría ser endosada a las filas del minimalismo, o al conceptual se hace museizable, problema principal del que se quejan la mayoría de los protagonistas de la exposición Sonic Boom que aparecen en el documental.
Optofonic, Attack on Silence y Test Pattern [n.?2] son las más parecidas fomralmente entre si. Son también las que mejor representan una tendencia contemporánea que trabaja el audiovisual sin tener que preocuparse en diferenciar el audio del visual. Son en definitiva un buen ejemplo de una tendencia inmersiva y sinestésica que recoge esa otra tradición artística ajena muchas veces a la historia de las vanguardias artíicas.
Oionos se me queda suelta, pero tampoco hay que forzar. Para mi es de las mejores porque no ocupaba el espacio del jardín en que se situaba, era casi imperceptible y atrayente. Y también se me queda suelta El creciente interés y El cuarto menguante, pero es que aquello, como decía algún crítico “había que haberlo vivido”. Apostillar aquella mudanza accidentada con historias y teorías podría tener sentido, pero sin duda lo mejor de aquella obra es estar allí viendo caer una bañera, un bolardo y una nevera desde un primer piso.
Nos cuesta mucho admitir que una muestra sin aparentes pretensiones históricas o teóricas lleve como título un término tan discutido como confuso. Personalmente no tengo ningún interés en definir el Arte Sonoro y me preocupa muchísimo menos su relación con la música. Sinceramente creo que este punto debería estar ya más que superado. Más bien me interesan aquellos modos de producción y pensamiento que desde la estética aportan algo a la cultura aural, porque como se dijo en el EASE (Encuentro sobre Arte Sonoro en España), quizás sea más relevante lo que el arte aporta a los modos de escucha que lo que la manipulación del sonido puede aportar a la historia y la teoría del arte. En este sentido creo que la exposición ha funcionado generando espacios de escucha más allá del espacio y el público habitual del museo/centro de arte.
En cuanto a su intención manifiesta de dar a oír algunas de las tendencias actuales en el ARTe SONoro la exposición ha dado por supuesto la madurez de esta tendencia, sin preocuparse de definirlo o discutirlo. Pero como decía, creo que esta es una actitud común en los festivales. Quizás no haya que llevar al sonido a los marcos de exhibición establecidos por las artes visuales, o quizás en efecto no haya interés en discutir ni definir.
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